[POKÉMON] A Christmas Mayhem

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    [Oneshot] [POKÉMON] A Christmas Mayhem

    ¡Ya-hoo! ¡Feliz navidad!

    ¡Hoy es un día de celebraciones, gente! Las corales cantan, los corrales cacaraquean, ¡y os juro yo que aún no he tomado ni gota de alcohol todavía! Y como no puedo aquí hacer un dibujito, ¡voy a traer un one-shot viejo! Yay.

    Voy a avisar con un poco de antelación, though: aquí he metido a dos personajes que han aparecido en otros dos One-Shots que hice para dos actividades, así que tal vez no os suenen. But do not fret! Planeo ponerlos más adelante. Hoy no. Hoy no que estoy un poco molida de tanto mover la ropa del tendedero oh, se pueden redimensionar los emoticonos, ¡qué guay!

    Ah, y ya que estamos aún en las introduciones, voy a tener que hacer disclaimers: este especial es... sanguinolento, cuánto menos. Hay: menciones de muertos, gente servida como comida, muertos, palabrotas, ¿he dicho muertos?, humor negro, rupturas de la cuarta pared (¿os lo esperábais?), metareferencias, diálogos con la puntuación incorrecta (I don't have time for thiiiiiissss!) yyy sí, creo que este es el último Trigger Warning, como dicen algunos. So, yep, no lo lean mientras cenan, muchachos.

    ¡Eso es todo! ¡Ahora disfruten de este corto! Cheeeriooo~!


    En un suspiro…

    La nieve caía grácil hacia el suelo mientras se fundía con los lechos blancos que esta misma creaba. El bosque al lado de la academia poco a poco se estaba convirtiendo en un pasaje frígido, desprovisto de sus verdes. Era en aquella época donde las calles se iban a llenar de luces; donde las familias se reunían y gozaban de copiosas comidas juntas; donde los niños esperarían con ilusión a un rechoncho anciano para que les den sus regalos…

    Por lo menos las guirnaldas estaban todas repartidas en los pasillos y toda su familia estaba ahí reunida… y sin embargo no podía evitar pensar que estas navidades serían tristes a más no po…

    —Corten, corten, ¡COR-TEN, POR LA PUTA MADRE QUE CORTÉIS, HOSTIA!

    Y se paró. La nieve dejó de caer en esa falsa maqueta. La bocina sonó y la protagonista que observaba ese paisaje se giraba ya no con pena si no hastío.

    —¿Qué pasa ahora? ¿Qué he hecho ya? ¿Qué has visto? Estoy segura de que lo hice todo bien…—se quejaba Dinara.
    —Nah, tu actuación fue genial. Es solo… que acabo de ver el disclaimer entero para la actividad.

    Oh no. Ya se podía figurar por dónde iban a ir los tiros. Sabía qué estaba pasando.

    —No me jodas. ¿Otra vez?
    —Sí, otra vez.—decía la directora de Avian Productions S.I.
    —Pero me habías dicho que te dejarían presentar originales esta vez…—decía al borde del llanto.
    —Turns out, it was a lie.—contestó.
    —¡¿Cómo te has podido dejar engañar de esta forma y engañarme a mí?!
    —No me seas una drama queen ahora, Din. También me sienta un poco como el culo, pero… era de esperar.—encogió de hombros toda socarrona.
    —¡Pues manda a la mierda la actividad como la otra vez! ¡No tienes por qué gastar tu tiempo en otro fanfic de esa franquicia que…! Haberse visto, ¿¡que no decías que estabas hasta las narices!?
    —De Pokémon sí. De la cueva no.
    —Y SI ESTÁS HARTA DE POKÉMON, ¿¡POR QUÉ SIGUES HACIENDO FANFICS DE POKÉMON!?
    —¿¡Porque la cueva es un foro de Pokémon!? Vamos hija mía, ¿qué te crees tú, que van a hacer actividades para dos gatos? Por favor.
    —¡Pues…! ¿¡Tal vez!? De todas formas, me estoy hartando de tus tonterías. Llevas desde junio diciéndome que voy a tener un sitio en alguna historia, ¡para luego…!

    Algo no cuadraba. La última vez que estuvo protagonizando un one-shot no había parado la producción de forma tan abrupta. Y si hubiera tenido alguna idea muy buena realmente no se iba a detener hasta acabarlo por completo. Una de dos; o no tenía ni puñetera idea de lo que estaba haciendo (que también era muy probable), o…

    —Eh… no te ha pillado de improvisto, ¿verdad?

    La pescó. La pilló. Vio a través de ella, y su cara la estaba delatando.

    —¿Me-me estás utilizando para un gag? ¿¡E-es en serio!? ¡POR LAS BARBAS DE MI ABUELO…!
    —Eeeeee, ¡de alguna forma tenía que empezar!—se excusó.
    —¡Y NO SOLO NO SABES CÓMO HACER ESE CORTO, SI NO QUE ENCIMA ME UTILIZAS COMO COMIC RELIEF! ¡E-ESTO ES EL COLMO DEL ABUSO! ¡VOY A DENUNCIARLO AL SINDICATO DE OCs!
    —Em… cariño, aquí no hay semejante cosa.—decía intentando contener la risa.
    —¡PUES INVÉNTALO! ¡INVÉNTALO COMO ESTA MIERDA ASÍ PUEDO TENER MI NOVELA DE UNA PUÑETERA VEZ!

    Estaba que trinaba. La joven había creado una cuchilla para amenazar el pescuezo de esa chica que simplemente daba sus más burlonas sonrisas.

    —Sí, bueno… podría hacerlo, pero va a ser tan inútil para ti como degollarme con ese cacho hielo. ¡Vale, chicos, recogedlo todo, que nos vamos!
    —OH, NO, NO TE VAS A IR.

    La chica intentaba fijar sus pies al suelo congelándole la suela de los zapatos; pero como si fuera una broma pesada, los pies se levantaban igual e ignoró por completo los suplicios de la actriz.

    En un intento desesperado por seguir siendo el foco de la cámara, Dinara cogió aire y gritó:

    —¡NO VAS A HACERTE MILLONARIA SI SIGUES PERDIENDO EL TIEMPO HACIENDO OBRAS DERIVADAS, KIMI!
    —¡Al menos no estoy horas muertas con el Genshin! ¡¿Pero qué estáis haciendo?! ¡Venga, daos prisa antes de que pase a su forma bestia, corran, CORRAN!

    Con ese brío, todo el personal recogió el equipo y salió corriendo antes de que aquella joven empezara a convertir el estudio en una guarida helada. La joven imploraba que no se fueran y prometía que no se iba a desatar… pero su voz no se dejó escuchar. Ahora que estaba sola en el plató con un foco solitario, ella miraba la salida y se permitió por un momento acabar esta parte:

    —“Y de nuevo, aquella temperamental chica se encontraba sola entre los bastidores, con la amarga sensación de abandono y la nostalgia de los viejos tiempos”… ah, menuda mierda.
    AHORA SÍ.

    EMPEZAMOS EL ESPECIAL DE NAVIDAD.


    AVIAN PRODUCTIONS S.I PRESENTA

    CHRISTMASU SPECIARU

    A CRISTHMAS MAYHEM

    Starring Ampharos de “Refugio Efímero” y Weavile de “Animal”


    Era un día de diciembre un bosque umbrío… un día 24 para ser exactos. Dentro de aquella arboleda llena de ramas lampiñas, una apacible y pequeña cabaña de madera humeante se alzaba entre líquenes y agua congelada. Dentro de este, había una criatura amarilla de largo cuello y cola rayada troceando las hortalizas que este mismo cultivaba en su huerto.

    Ese no era más que un alegre Ampharos solitario cuya afición era la cocina. Hoy era un día muy especial; no solo por las fechas que eran si no porque hoy, tras tantos días de ver pasar los días y propuestas rechazadas, iba a tener visita. Solo por esa ocasión, el Ampharos salió de su querida cabaña y fue él mismo a cazar su comida… no por él, desde que prefería la verdura más que la carne; si no por la invitada que iba a venir aquella noche.
    Era una gozada eso de los teléfonos móviles. De las cosas que habría cambiado si hubiera hecho antes ese descubrimiento…

    Para luego darse cuenta que el plato principal no parecía que iba a caber en el horno. Quizá ponerse a hacer mochilero relleno no era tan buena idea después de todo.

    Mientras pensaba en otras alternativas, alguien llamó a la puerta de la cabaña. Todo contento, el Ampharos apagó el fuego de la sartén y fue a abrir para encontrarse a una mustélida azulada y emplumada con una botella de champán robado.

    —Bueno, Ampharos, he llegado. A… pesar de tus indicaciones.
    —¡Oh, Weavile, bienvenida! ¡Espero que estés preparada para una cena inolvidable!
    —Espera. Un momento. Deja que… ¿acaso acabamos de repetir…?
    —¿Repetir qué?—ladeaba Ampharos la cabeza.

    La Weavile frunció el ceño jurando que ya había oído ese diálogo en alguna otra parte. ¿Quizá en esos “tiernos” días de cuando era una Sneasel con entrenador?

    —Bah, déjalo…

    Sin más demora, la Weavile pasó dentro para dejar la botella en algún lugar de apoyo. La asesina de los callejones se abanicaba con las garras, pues el calor que emanaba el fuego de la chimenea estaba un poco fuerte para alguien adaptado al clima frío como ella. Cómo no, un abeto joven decorado presidía una de las esquinas mientras el muérdago adornaba la repisa de la chimenea. Todo muy festivo.

    Todo menos los huesos que habían en el paragüero. Parecía que alguien se había olvidado retirar la decoración de Halloween para estas fechas.

    —¿Sabes? Esta decoración sería perfecta de no ser por esos fémures en ese cubo.—decía señalando, ya acomodada sobre un sillón.
    —Oh, ¿eso? Ah, sí, siempre se me olvida sacarlos de ahí.
    —¿Para qué demonios quieres tantos, por eso? ¿Es que les chupas el tuétano?
    —¿Eso? Ah, a veces hago figuritas con ellas… como puedo.
    —Supongo que no debes de poder hacer muchas con esos brazos tan cortos.—dijo con una sonrisa petulante.
    —Bueno, hice el belén con uno.

    La oveja amarilla señalaba con su morro una contemplativa pareja de figuras deformes fijando su rostro a una habichuela puntiaguda. Al menos la virgen María parecía que rezaba; no dando las gracias a dios por traer a su hijo, si no suplicando por dios que la llevara pronto. Incluso el Mudbray y el Tauros podrían pasar perfectamente por sus versiones beta de lo mal definidos que estaban sus contornos. Peor era cuando uno observaba la pintura que decoraba las figuras, que, lejos de mejorar sus rasgos, hacía que tuvieran un aspecto de lo más cómico; con ojos de distintas formas ovoides y brochadas mal dadas intentando hacerse pasar por vestidos. Lo mejor que se podía decir de ese Belén es que tenían un carácter más bien… étnico.

    —Wow qué mal rollo.—soltó Weavile sin ningún tipo de mesura.
    —También hice a la nana y al nono.

    Y sí, era cierto, habían dos figuras bajo una de las fotos. Presuntamente un anciano y una anciana. Al menos ahí no intentó pintarlas y directamente le puso restos de tela para vestirlos.

    —Hechos con sus propios huesos una vez murieron. Así no me siento tan solo. Están guays, ¿a que sí?

    Y pensar que ella era la que tenía problemas en esta casa…

    —¿Quieres que te diga la verdad?—le miraba con su fría heterocromía, ocultando bien su asco.

    El pobre Ampharos asentía, ilusionado.

    —No.
    —Ah, rayos.—dijo apuntando su cabeza hacia el suelo. —, bueno, el año que viene lo haré mejor.
    “No, no te saldrá mejor, jirafita”, pensaba para ella.

    El silencio que se originó después de esa dura crítica estaba poniendo nervioso a Ampharos. Tenía que hacer algo para prolongar.

    —En fin, ¿quieres algo? ¿Un poco de licor casero, quizá? Me salió bastante bueno.
    —Neh, gracias.
    —Va, insisto. Así abres un poco el apetito mientras acabo de hacer la cena.
    —No me jodas que todavía no está.
    —No.—dijo con voz cantarina.—, pero te prometo que la espera merecerá la pena.
    —Ah, ¿sí? ¿Qué es, carne?

    Ampharos asentía todo alegre.

    —Ojó, ¡ahora eso sí que me gusta! ¿Qué es, Swanna?
    —Hmmm… no exactamente.—decía sonriendo.
    —¿Un rodón de Tepig?
    —Frío… muy frío…
    —Um… eeeeh… vale, no tengo ni idea de lo que es.
    —Es humano.

    ¿Humano?

    ¿En serio?

    ¿Todo el año viviendo a base de despistados y por una vez que va a otro sitio por navidades le sirven la misma mierda que se come cada día? ¿Qué clase de broma era esa? A este paso iba a catar la carne de Ampharos como se le ocurra servirlo crudo.

    —Eh… tenía… entendido que te gustaban… ¿me-me he equivocado?—ya decía un poco preocupado.
    —Eeeeeeh la verdad es que me gusta más cazarlos. Pero eh, nunca he probado uno cocinado.—encogía de hombros.—, beh, ve a acabar de hacerlo. ¿No hay una tele por aquí?
    —¡Valeee!

    Después de servirle un chupito de licor de su destilería, aquel alegre amalgama eléctrico regresó a cocina justo para acabar lo que había empezado, dejando a Weavile sola con el alcohol y el fuego de la chimenea.

    Un par de horas después, cuando la bandeja de persona rellena estaba ya en su punto, Ampharos apartó las velas que había puesto sobre la mesa y la puso la bandeja al centro. Por supuesto, el pobre era todo torso, desde que los brazos, la cabeza y las piernas se tuvieron que cortar para que pudiera caber en el horno. La velada transcurrió en un frígido silencio mientras la ansiedad empezaba a apoderarse de la pobre oveja.

    —¿Y-yyyy qué-qué te parece? No-no has dicho nada durante la cena…
    —No hablo mientras como.
    —Uh… pero un poco de alegría, anda. Que estamos en navidad.
    —¿Te digo cómo está? ¿Quieres saberlo?
    —Porfi.—pidió con brillitos en los ojos.
    —Vale… pues… te lo reconozco; esta mierda está buena. Me da hasta ideas. Seh, tal vez la próxima vez que pille a algún panoli lo haga al fuego… aunque… no me guste el fuego.
    —¡Jejeee! Me alegro.
    —Solo tengo una queja, por eso. Has pillado a un muerto de hambre.
    —Ah. ¿Y qué pasa con eso?
    —¡Que casi no tiene grasa! ¡He pillado a sintechos más gordos que este tío por los callejones! Me voy a quedar con hambre, ¿y sabes lo que pasa cuando tengo hambre, Ampharos?
    —No, ¿qué pasa?
    —Me convierto en un animal. Me cuelgo en las azoteas antes de que te destroce. Cazo por amor, mato por pasión…
    —¡OK, OK, OK, ya te he entendido, mujer! De todas formas tampoco has tocado la verdura…
    —Soy carnívora. ¿Cómo voy a tocarla?
    —Ah. Verdad.—se dio un palmazo en la cara… como pudo.
    —Pero bueno por esta vez no te voy a poner una garra encima. Por esta vez.
    —Mejor, porque como me salte la electricidad estática… vaya risa nos vamos a pegar.
    —Yaaa, jajaja… no creo que te vaya a servir esa habilidad si llego a destriparte antes.
    —Ay, ¿pero por qué estamos hablando de estas cosas en el día de hoy? Vas a hacer llorar al niño Jesús.—dijo el que mataba a cualquiera que se negaba a llevarlo en su equipo.
    —Ese niño ya tiene sus propias razones para llorar.—refiriéndose cómo no a la figura deforme que presentaba en el belén de esta cabaña.—, pero en fin. La cuestión es que la carne está bue…

    De repente, la oscuridad se cernió sobre sus cabezas. La única luz que iluminaba; el único fuego que calentaba esta casa de repente se había apagado. Alguna rama calcinada había crujido por algo que se había desplomado encima de la lumbre. No sabía qué había pasado ni por qué; pero eso ahora no le importaba mucho a los comensales. Porque por una vez desde que estaba en esta casa, la Weavile empezaba a encontrarse bastante a gusto.

    —¡Ah, fresquito por fin! ¡Hostia, ya empezaba a derretirme del calor!
    —Pero haber apagado el fuego si tanto calor tenías, mujer…
    —Nah, ¿y qué había de ti si no? Tampoco soy tan hija de puta, Amphy.
    —¿¡Eeeeh!? ¡¿A-a que viene ese mote ahora?!—dijo todo ruborizado mientras los orbes se le iluminaban. —, ¿a-acaso…? ¿Tú… me… me…?
    —Tío. ¿Qué?
    —¡UM! ¡Bueno, no te preocupes! ¡Si tienes miedo a la oscuridad, Amphy está aquí para iluminar el camino!
    —¿Hola? ¿Tipo hielo/siniestro, alguien? A todo esto, ¿qué coño ha pasado con el fuego?
    —Eso… lo voy a mirar ahora. No te muevas, ¿vale?

    Con cuidado de no hacer mucho ruido, la oveja eléctrica apartó la silla y agarró el cuchillo de filetear. Caminó con la esfera de la cola iluminando el pequeño camino que lo separaba de la mesa, en un pobre intento de ser sigiloso gracias a los chirridos que emitía la madera del suelo; en guardia, esperando a que el intruso no fuera nada que pudiera arruinar la cena.

    Preparaba el arma para ser blandida, y cuando acercó el hocico al hollín, no daba crédito a lo que veía.

    —¡Ho-ho ouuuuu mi… pompis….!

    Veía un abrigo tupido y redondo de color rojo removiéndose en las cenizas con un notorio dolor en todo el cuerpo; de guantes negros y barba blanca como la nieve; con una cabeza decorada con un par de gafas y un gracioso gorro del mismo color que el resto de su vestimenta.

    Había oído cuentos y leyendas del anciano que ahora se quejaba en su chimenea; pero jamás pensó que su existencia fuera real. El hombre que con su trineo y sus Stanler viajaba mundo a través repartiendo regalos a aquellos que bien se portaron; el milenario anciano poseedor de un enorme taller con miles de duendes a su cargo en las cercanías del Polo Norte. Aclamado por muchos niños; tratado como una quimera entre los adolescentes, era el mismo, el inconfundible…

    —¿Santa?

    Bajó el cuchillo. Estaba perplejo y emocionado a la vez. No sabía cómo mostrarse.

    —Hey, Amphy, ¿ya has visto qué-?
    —¡Mira, Weavile, mira! ¡Mira a quién tenemos aquí! Uyyyy, estoy que brinco, que salto de la alegría, ¡te apuesto a que ha venido a por mí, aaaaaaaah QUE E-MO-CIÓOOON!

    Pero en cambio ella observaba con su ojo de diosa estática; pensando; con la garra en el mentón.

    —Eh, Amphy… ¿por qué no me acompañas a la habitación un momentito?

    Él no entendió por qué quería ir a la habitación ahora; pero antes de que pudiera decir nada, Weavile le agarró del brazo y lo llevó al único dormitorio que había en la cabaña. El olor que circulaba en el aire le irritaba las fosas nasales; pero eso no le detuvo a la hora de cerrar la puerta.

    —Um… ¿Weavile? ¿Qué te pasa últimamente? ¿Por qué cierras la puerta? ¿A-acaso quieres… que… tú y yo…?
    —Qué puta mierda, ¡no!—dijo llevándose la garra en la frente. —, ¿has visto lo gordo que es este hombre? ¡Dios! ¿¡De qué coño se alimentará este tío!? ¿¡De galletas y vasitos de leche!?
    —Bu-bueno… es lo que les dejan los niños, así que…
    —No, no me captas, tontolaba. ¡¿Que no lo ves lo jugoso que está?! ¡Dios, mira esa puta grasa! Seguro que se deshace en la boca al masticarlo.
    —We-Weavile. No estarás diciendo que…

    No le gustaba. Estaba intuyendo la dirección de esta conversación, y desde luego no le gustaba por dónde se estaba dirigiendo. Entendía si lo hacía a cualquiera, ¿pero, a él…?
    ¿Al mismísimo Papá Noel?

    —Yup. Lo vamos a cazar. Tú te aseguras que no pueda levantar su culo de la madera y yo lo destripo. Luego lo fileteas y lo haces a la brasa. ¿Qué te parece, eh?
    —¡Pero no podemos hacer eso! ¡Es Santa Claus! ¿¡Qué va a ser de los niños si nos lo comemos!?—dijo al borde de la histeria.
    —Ampharos. Por favor. ¿Realmente te crees que Santa existe?
    —Bueno, tú lo has visto, ¿no? Quiero decir, ¡es inconfundible!
    —Oh, pobre, pobre tonto…

    Weavile intentaba no reírse en su cara. En vez de eso, empezó a circular a su alrededor.

    —¿Tú sabes cuántos hombres con esa misma ropa veo por las calles de Porcelana por Nochebuena? ¿Sabes cuántos hay repartidos por toda la ciudad?
    —¿Cómo lo voy a saber si nunca he estado ahí?—respondía.
    —¿Sabes siquiera de dónde sale ese viejo, Amphy? ¿Sabes cómo se originó? ¿No?
    —B-bueno… sé que viene del Polo Norte…
    —¡ERROR, AMPHAROS! ¡ES PURO MÁRKETING! ¡Una corrupción de tradiciones folclóricas cometida por una enorme compañía de refrescos solo por y para vender COSAS! ¡Por supuesto que no iba a existir un hombre que puede repartir regalos a todos los niños EN UNA SOLA NOCHE! ¡Usa la cabeza, por Darkrai!
    —Que no existe, eh… entonces cuéntame, ¿como es que todos los niños reciben sus regalos en ese día? Porque eso es un hecho.

    Ese Ampharos era idiota, desde luego.

    —A ver, primero de todo… eso es una enorme mentira; no todos reciben regalos, ¿vale? Y segundo, de eso se encargan los padres. ¿Lo entiendes ahora?
    —Oh… claro… cl-claro que los niños con padres tenían que ser los que tienen los regalos… ay…
    —Además, me he quedado con hambre, así que… sí, más te vale. O tu vida… o ese gordo cabrón. Y decide rápido, porque me está entrando el ansia ya.

    Le acababa de poner entre la espada y la pared. Ahora no solo le estaba pidiendo matar al hombre vestido de rojo, si no que encima acababa de poner su vida en una cuerda floja. Esta mustélida desde luego no quería pasar las navidades con hambre.

    Aunque sea comiéndose al anfitrión…

    No le queda otra que ceder si quería vivir. Aún tenía muchas cosas que hacer en este mundo.

    —Está bien… lo matamos.
    —Eso me gusta más. Venga, sal tu primero. Dale un abrazo y dale una descarga, y yo qué sé.

    Antes de salir, recogió la Pokéball que posaba sobre la mesita y asomó su cabeza por la abertura de esta. No parecía haber nadie merodeando el comedor todavía, de modo que tuvo que volver al lugar del “accidente”. Hacía un frío horrible y el olor a carne pútrida de la habitación ya empezaba a filtrarse junto con la madera quemada. Menos mal que la oscuridad escondía el macabro plato que él mismo había preparado.

    Efectivamente, “Santa” aún estaba ahí aquejándose por sus viejos huesos tras varios intentos fallidos de erguirse por sí solo.

    —Ho-o-ou ou ou, mi cuerpo ya no está para estos trotes… ay… ¿ayudarías a un viejo anciano a levantarse, pequeño?

    Tenía la conciencia picoteando su cráneo suplicando que no siguiera el plan. No quería extender sus brazos para darle su apoyo, pues sabía que era el momento adecuado para darle una buena descarga.

    Empezó a cargar electricidad en la punta de sus brazos para darle un Onda Trueno por contacto; pero las chispas no salieron. No era capaz de ir a por un inocente tan pronto.
    Tenía que hacerle la prueba antes…

    Como pudo, Ampharos pilló con sus dos extremidades la mano del hombre y lo ayudó a salir de la chimenea. Santa por fin pudo espolvorearse la ceniza de sus pantalones y mantenerse (aunque con dificultades) bajo su propio pie.

    —Ho-ho-hoo, gracias jovencito. Hmm… hace un poco de frío, ¿verdad? Ay, ¿dónde está mi saco?

    Por mucho que se esforzara en ver entre la penumbra, no podía vislumbrar nada que estuviera mucho más lejos de Ampharos. Lo único que sus miopes ojos captaron de sus alrededores fue ese pobre pesebre que rezaba por dios que su regalo de navidad fuera el cese de su existencia. Por supuesto, como artesano, no podía sino sentir un poco de curiosidad por esas figuras.

    Con mucho cuidado de no tropezar y a pesar de sus llamados tan flojos, Santa fue hacia el belén y extendió su manopla a aquel trozo de hueso pretendiendo ser José, solo para acercarlo a sus gafas.

    —¿Las hiciste tú?

    Se había fijado. ¡Se había fijado en ese mal Belén! Ampharos estaba que se moría de la vergüenza. No podía decidirse si ser franco con su respuesta o mirar a otro lado fingiendo que no conocía a esos mutantes de hueso.

    Pero por mucho que intentaba renegar aquella creación, Santa lo sabía. No era necesaria su lista para saber que él era el único que habitaba en aquella casa dejada de la pata de Arceus.

    —Ho-hoo… están hechas con bastante cariño, puedo ver. Buena pieza.

    Era justo lo contrario a lo que había oído horas atrás. Santa Claus, el legendario tallador de juguetes, elogiando el fallo que había hecho.
    Estaba que brincaba de alegría. Le quería dar un abrazo. Le saltaban hasta las chispas. Incluso la cola estaba iluminando con más fuerza…

    No, no, no, tenía que controlarse. No podía dejar que Santa Claus viera el desastre que era su casa… debía hacer la prueba de fuego, ya. ¿Dónde dejó su Pokéball?

    La buscó por todas las superficies que habían por la casa; pero no la encontró hasta que su pie rodó con ella y cayera de narices contra el suelo. Maldijo por lo bajo la penumbra y su torpeza hasta que vio al culpable frente su morro.

    —¿Estás bien?

    Intentaba no sollozar, pero estaba bien. Al menos tenía lo que estaba buscando. Como pudo, se puso de rodillas y puso la bola al frente con ojos acuosos por culpa del dolor que tenía en la pata, queriendo pedir por favor que lo sacaran de ahí.

    —Ho-ho-hoo, ¿quieres que te lleve en mi trineo?

    Asentía con euforia, ilusionado.

    —Mira qué bien; hace poco se le fundió la nariz a Rudolph. ¡Podrás ver el mundo por esta noche, ho-ho-hooo!

    Oh. Solo sería por esta noche… estaba un poco decepcionado. Pero no importaba. Acompañar a Santa era quizá uno de los mayores honores que tendría en esta vida.

    Lo iba a tomar como un pequeño regalo de su parte. Iba a dejar que se lo lleve mientra este iba a hacer un bailecito lleno de alegría y acompañar a Santa a su vehículo…

    Pero por supuesto, esa alegría iba a durar poco, pues Weavile corrió hacia su posición solo para agarrarlo de la cola y arrastrarlo de nuevo hasta la habitación.

    —¡AY! ¿¡Y eso a qué ha venido ahora!?—decía mientras se frotaba los cuartos traseros del dolor.
    —Oh, tú sabes muy bien por qué.—dijo Weavile toda decepcionada.
    —Ah. Porque no lo paralicé… ¿Pero tú sabes cuántos años llevo esperando este momento?
    —Tenía entendido que querías un entrenador, no que un viejo te lleve de paseo con su trineo.
    —Eh… bueno, sí, pero-
    —¿Entonces por qué estás cediendo tan pronto? ¡No tardes más y sigue el puto plan!

    ¿Por qué estaba siguiendo sus órdenes? Hasta ahora lo único que había hecho esa mangosta era despreciar su trabajo y mangonear como si la casa solo fuera suya. No pudo apreciar ni una buena cosa salvo la comida que había hecho.

    ¿Quién querría una compañía como esa? Pero, sobre todo…

    No podía matarlo. No estando convencido de estar ante Papá Noel en persona.

    Tampoco quería quedarse solo por un rodeo en los cielos asentado en un trineo, pero…

    —No… puedo…—musitó por lo bajo.
    —¿Qué? ¿Qué ha sido eso? ¿Acaso mis plumas han oído una negativa?—decía Weavile con una sonrisa trastocada.
    —He dicho que… que… aaaaaah, no pueeeedoooo, se parece demasiado a la persona reaaaaaal…
    —¿¡PERO QUÉ REAL NI QUE MIERDA!? ¡TE ACABO DE DECIR QUE SANTA CLAUS NO EXISTE!
    —Pero-pero los niños… ¡las personas…! ¡Aaaah, no puedo, me recuerda demasiado al nonooooo!

    No tenía ningún remedio. Estaba que lo destripaba; que hacía jirones con sus tendones; que le quitaba la piel para hacerse una capa.
    Pero tenía una mejor idea. Había oído tres toques y la voz del anciano preguntando por Amparos tras la puerta.

    Si él no iba a participar en la cacería, lo obligaría a cocinarlo; le gustara o no.

    —Está bien. Lo haré yo misma.—dijo con una carita sonriente. Con dos puntos y una paréntesis. Literal.
    —No, Weavile-
    —Lo haré, que te jodan.—replicó mientras su garra izquierda llegaba al pomo de la puerta e iba enfriando la otra.
    —¡WEAVILE!

    En el otro lado, Santa había escuchado los alaridos y los berridos que habían tras la puerta, y después de un rato oyendo los sonidos enfadados que no entendía, se disponía a abrir él mismo la puerta… pero para cuando su guante tocaba el pomo, esta ya bajaba por su cuenta.

    Esperaba ver al Ampharos ya preparado para las bajas temperaturas de las altas altitudes; pero sin aún poder verlo, fue empujado por un contundente golpe gélido en el epicentro de su barriga. El impacto fue tal que lo lanzó rodando hacia la pared que había al lado de la chimenea. Por suerte para él, el abrigo era tan tupido y tan grueso que lo protegió de una potencial hipotermia…

    De hecho, mirándolo mejor, matar a ese hombre parecía que iba a ser más complicado de lo que parece. La barba le tapaba el cuello; sus ojos estaban blindados con esas gafas; sus talones estaban protegidos con esas botas… tampoco pensaba que un Canto Helado le bastaría para desangrarlo. Cuanto menos necesitaría una buena salva de estas para darle muerte.

    Pero por la cantidad de carne que daría merecía la pena.

    Decidida a tener una cena de navidad como su dios mandaba, preparaba la lluvia de cuchillas que tajaría su vida sin piedad. Apuntó a su objetivo lista para convertirlo en un puercoespín helado; pero justo cuando iba a ordenar el lanzamiento, sus músculos dieron un espasmo y fallaron en medio de la acción. El hielo que había creado se convirtió en polvo nada más chocar contra el suelo.

    No supo qué era lo que estaba pasando hasta que giró su iracundo ojo derecho hacia sus espaldas. El corto pelaje de Ampharos estaba ligeramente erizado después de haberle dirigido un Onda Trueno a ella.

    —¿Qué… te crees que estás haciendo, capullo?
    —Lo… lo sieeeentooo… pero no puedo dejarte que arruines la navidad…
    —¿Pero tú estás tonto? ¿Tú te crees que por un gordo cabrón se va a joder la fiesta? ¿Quieres morir primero, ah?
    —Tú eres la tonta aquí… por pensar que… Santa… no existe…

    Eso no se lo esperaba. Se le había borrado todo rastro de miedo que antes tenía se había desvanecido. Ese tonto iba en serio.

    Por mucho que le repitiera la verdad, este iba a seguir confinado en esa fantasía llena de esperanza.
    Si tenía que enseñarle que no había cabida alguna para los cuentos en este mundo a la fuerza, lo haría.

    —Con que esas tenemos, ¿eh…? Y yo que te iba a hacer compañía después de esto…
    —¿Amph?

    Aprovechando el desconcierto que había provocado en esas palabras, Weavile aprovechó para atestar un puñetazo en la quijada, seguido de otro en el estómago para luego al final rematar de forma concisa con un Tajo Umbrío en el vientre. Mas debido a la lentitud con la que sus músculos reaccionaban, Ampharos pudo levantarse y evitar ese mortal zarpazo; dejando que la pared sufra por él.

    —¡MECACHIS!—exclamó después de ver la nueva marca tallada sobre la madera, antes de que Weavile volviera a abalanzarse con las garras en alza; mucho antes de ver más astillas en el mobiliario. A pesar de que la parálisis estaba haciendo su trabajo, la velocidad con la que Weavile se movía aún impresionaba al pobre borrego. De hecho, si se despistaba un momento, podía verse en el suelo hecho jirones con un charco debajo.

    No entendía ni por qué lo atacaba; por qué se puso tan violenta… pero estaba claro que estaba fuera de control.

    No le dejaba otra opción.

    Justo cuando veía que Weavile iba a lanzarse de nuevo al ataque, este preparó su cola y con una endurecida esfera la utilizó de mazo para enviarla hacia la mesa. El cuerpo de Weavile se llevó las dos copas por delante y lanzó los restos inacabados de su última víctima hacia Papá Noel.

    Viendo el desastre que había causado, Ampharos se llevó las dos manos sobre su hocico, horrorizado por su propia fuerza. Al menos no tendría que lamentar por la vajilla favorita de la nona… pero aún así, esa Cola Férrea no le bastó para calmar esa ansia. Cuánto menos había avivado ese ardiente fervor por asesinar.

    Tenía fe que por lo menos ese golpe por lo menos calmara un poco esos nervios. Pero desgraciadamente, eso solo la animó todavía más. Oía a esa mustélida reírse por lo bajo mientras intentaba erguirse encima de la mesa.

    —Ehe… eheheheheh… nada mal. Nada, nada mal. Parece que tienes un par de trucos en esa cola.—decía mientras trataba de recomponerse.
    —Por favor, Weavile… no quiero hacer esto…—decía al borde del llanto.
    —Ja. Por favor, ¿ahora te haces el mártir? Deja de actuar, Ampharos. Eres igual o incluso peor que yo.—decía ensanchando de pluma a pluma sus colmillos.
    —¡No-no hablemos de eso ahora! ¡Tú empezaste con lo de comerte a Santa!
    —¿¡Y QUIÉN ME CULPA DE QUE ME QUEDE CON HAMBRE DESPUÉS DE ESTA MIERDA!? ¡TÚ LA TIENES!
    —Menuda desagradecida, ¡me tienes harto! ¡Encima que me molesto en traerte ALGO que te pueda gustar…!
    —Aaah, ¿ahora me dices que mataste a toda esta gente por mí? ¿Seguro que no es porque disfrutas engañándolos para cocinarlos luego, eh?

    La carga eléctrica del aire estaba aumentando considerablemente. Ampharos estaba preparando un ataque eléctrico mucho más dañino que el anterior; y sus plumas lo sabían.
    Era justo lo que ella quería. Nada más reincorporarse, Weavile puso todas sus fuerzas y saltó rápido para ponerse en frente de su rostro con sus pupilas encogidas y darle un par de arañazos a traición sobre su nariz.

    Una jugada que creía maestra; salvo que parte de la energía que Ampharos iba a liberar entró en contacto con ella de todas formas. No fue más fuerte que un Impactrueno; pero bastó para que su parálisis empeorara y dejando que Ampharos se recupere del golpe.

    Estaba en bandeja de plata. Solo bastaría otro azote de cola, y Weavile quedaría lisiada de por vida. O quizá pensaba que sería mejor darle un contundente golpe a la cabeza para dejarla inconsciente y tirarla a la nieve.

    Preparaba de nuevo su mazo incorporado para ejecutar su golpe hasta que Weavile se armó con un carámbano y tuviera que inclinar su cuello hacia atrás.

    —Ja… ja… deja caer esa puta cola un poco más y te rajo.—decía
    —No. Baja tú ese trozo hielo y te quitaré la cola de encima.
    —¿Y… cómo sé que lo vas a hacer? ¿Eh? Prefiero matarte antes que fiarme de ti.—decía socarrona.
    —Ho-ho-ho-chicos, chicos, ¡CHICOS, ya está bien! ¿Por qué estáis peleando? ¡Es navidad!

    La oveja dio un pequeño respingo cuando oyó la voz de Santa Claus pidiendo el cese de toda violencia. Con el fragor de la batalla y todas las puyas que le daba la comadreja se había olvidado completamente de su presencia.

    —¡Cállese, viejo lesbiano! ¡En cuánto acabe con él iré a por ti, que lo sepas!—clamó por todo lo alto, señalando con su otra garra.
    —Ho-hooo, está bien, pequeña, no hay necesidad de dar esos chillidos. ¿Es esto lo que quieres?

    Bajo su mano, Santa Claus había dejado caer una Pokéball con un pequeño pingüino rojo y blanco El inconsciente Pokémon, rechoncho y poco agraciado, miraba a su alrededor moviendo sus cejas intentando averiguar qué era lo que tenía que hacer.

    —¿Eh?—soltó Ampharos un poco confundido.
    —Oho. Está gordito.—decía satisfecha.
    —Es todo tuyo. Al fin y a cuentas es un Delibird para engorde, ¡ho-ho-hoo!
    —Ah, ya veo, ya veo… de acuerdo, lo tomaré. ¡Ve preparando el horno, Ampharos! ¡Hoy cenamos Delibird!
    —Uuum… ¡está bien, ahora mismo, señora!

    Inmediatamente e intentando ocultar la vergüenza que tenía por su actitud, Ampharos retiró la cola de su crisma y corrió a preparar de nuevo la cocina mientras Weavile se acercaba amenazante a la criatura que hasta Santa había condenado.

    Dejando las súplicas del ave aparte, Santa Claus, Ampharos y Weavile disfrutaron por fin de una velada en condiciones con esa jugosa pieza que el artesano había regalado. Junto con el licor, el buen sabor y la fogata que volvía a arder, todos olvidaron del conflicto que hace poco se llevó a cabo.

    Una vez habían terminado, tanto Ampharos como Weavile (porque no tenía nada mejor que hacer) acompañaron a Santa Claus en su trineo mágico y alzaron el vuelo empujados por sus nueve Stantler. La nieve y el viento frío los daba en toda la cara; lo cual para la mustélida era como agua de mayo.

    Pero pronto mientras miraba a ese aparente vacío, no podía dejar de rondarle la cabeza ciertas ideas que le impedían disfrutar de esa décima de grados bajo cero.

    —Hey. Amphy.—decía Weavile con su cara apoyada sobre su garra.
    —¿Qué? ¿Me quieres pedir perdón por lo de antes? ¡Tranquila, no estoy enfadado! ¡Para nada!
    —Nah, eso ya me da igual. Hay una cosita que me resulta muyyy rara de todo esto…
    —¿Rara? ¿Qué hay de raro?
    —Para empezar, estás en el asiento de atrás cuando deberías de estar en el de delante.—argumentó. —, luego está el hecho de que ese hombre tan “santo” no le haya molestado nada que mate a un Delibird delante suyo. Y… oh, venga ya, sabes que nos hemos portado como el culo en lo que moral humana se refiere.
    —Hmmm… ahora que lo dices… sí que es un poco extraño…—decía rascándose el mentón.—, igual me he despistado, pero… no, ¿entonces por qué no me dijo nada…?
    —Ho-ho, ¿sabéis? Es curioso. Nunca en mi vida había hecho una buena acción a alguien que no se lo mereciera. Ha sido una experiencia única.

    Oír a Santa Claus meterse en la conversación de esta forma había perturbado la poca tranquilidad que Weavile había recobrado.

    —Espera, pensaba que no nos entendías.—dijo consternada.
    —Pues claro que os entiendo. Os he estado oyendo toooodo este tiempo… no ha sido agradable.—decía el anciano sin mirar a sus pasajeros.
    —Espera, espera, espera, Santa, ¿qué quieres decir con esto? Me estás asustando…
    —En realidad… ese no es mi nombre. Verás, mi nombre real…

    La cara afable de Santa Claus había desaparecido de su tez. Cuando rotó su cabeza hacia ellos, la nariz rechoncha y las mejillas sonrosadas que tanto lo caracterizaban habían sido reemplazadas por un morro de filosos colmillos y un par de ojos de pupila rectangular.

    —Es Krampus.
    —¿”Kram… pus…”?—preguntaba Ampharos muy confundido.

    Krampus. ¿De qué le sonaba ese nombre? Krampus, Krampus, Krampus…

    Por supuesto. Claro que sí; sabía que tenía razón. Sabía que Santa Claus no existía. En vez de eso tenía que existir su contraparte vistiendo sus ropas, cómo no.
    Se lo habría tomado como una broma pesada del destino. Se habría hasta reído de no ser porque sabía exactamente lo que iba a pasar cuando aterrizaran en su morada.

    —¡LA DITTO QUE ME PARIÓ!
    FIN
Trabajando...