[Pokémon] Steamcatchers

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  • El_Rey_Elfo
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    #16
    AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHH

    AH

    JUSTICIA

    Holi, vengo a comentar.

    Iré directo al grano, no me esperaba la desvivición del yelmo, cuando leí lo mal que trataba al Charcadet estuve a punto de comenzar el movimiento #FreeCharcadet, pero el zeiones hizo lo que pensé demoraría más capítulos en suceder, pero no me quejo, fue de esas muertes satisfactorias y el Charcadet lo veo como un futuro Ceruledge, por las espadas, pero cualquier cosa puede pasar, me alegra que esté bien.

    Que plan se tenia guardado Junk, pero tenía razón en no decirlo, no hubiese aceptado, aunque si fue muy peligroso, fue como jugar con el azar, pudo haber pasado cualquier cosa, pero pasó lo mejor que podría pasar, no llevó al desenlace del maldito yelmo (escribo su nombre con minúscula a propósito para demostrar mi desprecio hacia él).

    No recuerdo si lo comenté antes, pero me gustaría que Gareth y Crixa se vuelvan buenos de alguna forma, Gareth quería dejar al Manectric, pero no sé, siento que en el fondo igualmente no le gustaba esa idea, pero su ego de soldado y su ignorancia no le permitieron demostrarlo.

    Creo que una de mis partes favoritas, después de las desvivición del yelmo, fue cuando Junk da toda esa explicación de la relación entre los Onix y los Magnemite, le da todo un aire de investigación que me encanta, es que si yo estuviese en el mundo pokémon, andaría por ahí inevtigando, y averiguar este tipo de datos es fascinante. Admito que busqué si esa relación existía y sólo di con el dato de que Onix tiene ese imán en su cabeza para orientarse, no sabía sobre eso, por lo que me encantó que los relacionaras así. Además, es coherente con la época, supongo que en una era donde no hay centrales eléctricas, es mucho más común encontrar a los Magnemite en cuevas y, por ende, más fácil que se den este tipo de interacciones con otra especie.

    Bien por el Grovyle que logró ser libre, pero ese Watchog le tiene mucha lealtad al duque, más problemas se avecinan.

    Bueno, espero leer pronto otro capítulo.

    Besos y abrazos.

    Comentario

    • Dickwizard
      Mage of Flowers
      SUPAR PRUEBA
      • dic
      • 16

      #17
      Ha pasado un largo tiempo desde la última vez que comenté un fanfic. Pero este en particular he tratado de seguirlo. Qué decir, las palabras no me salen con tanta facilidad, así que disculpa de antemano la falta de elocuencia.
      Entre otras cosas, tengo la sensación de que tu prosa es un poco más fina. Hay más figuras poéticas aquí y allá, y se percibe la intención de contar algo un poco más serio y desarrollado que una aventura (aún si a todas luces esto parece empezar con una aventura). En general se hace una lectura muy amena, y si no fuera porque una u otra cosa me interrumpe a cada rato, pude haberme puesto al corriente en unas pocas horas y no en unos pocos meses. Tenía un bosquejo de comentario que decidí tirar a la basura para escribir de nuevo en lugar de decir lo que pensaba hace unos meses.

      Es curioso cuando lo piensas. Aunque todos somos fans de Pokémon, nuestras historias siempre tienen algo personal y suelen gravitar en torno a algo. En mi caso ese algo es tomar el setting de Pokémon y torcerlo en algo más; en el caso de Doc es tomar los Pokémon de base para hacer sátira social, y en tu caso, por lo menos después de Crowned, parece que te has empeñado en contar una historia más oscura del Mundo Pokémon. Ya sea un viaje Pokémon en el que seguimos a un par de cínicos con malas intenciones en una sociedad particularmente corrupta, ya sea en una escuela para fracasados en la que lidiamos con cosas como verdadera crueldad animal y discriminación, o ya sea una historia como esta en la que las vidas humanas importan muy poco y las vidas Pokémon incluso menos, con estas adorables bestias víctimas de los humanos que las esclavizan con drogas y tortura para usarlas en la guerra…

      Ah, la guerra. Parece una amenaza distante en el horizonte ahora que jugamos a las excursiones en la montaña (he de decir que esperaba algo más largo, no un viaje finiquitado en dos capítulos). Aunque supongo que eventualmente la trama va a ir por allá, si es una fracción de largo de como es Crowned. De momento lo que me compra es esta sensación de novedad y de descubrimiento. Hay algo que solo encuentras en los fanfics, creo yo, especialmente en esta clase de fanfics, que es redescubrir un mundo que amas y que te apasiona a través de ojos ojos que comparten la pasión pero no la perspectiva; la clase de historia que ese otro ve posible en la historia que aparece frente a tus ojos. Este mundo que vamos conociendo poco a poco, por momentos terriblemente cruel con los Pokémon, pero que de a poco se va abriendo a los mismos. Un mundo con sus propias reglas, quizá. Este último capítulo en particular me ha parecido bastante imaginativo tanto en los detalles con las pokébolas y su construcción, así como ese breve vistazo a las cuevas que se sienten como un ecosistema vivo (que nuestros héroes dejan un poco menos vivo).

      De a ratos me da la impresión de que caminas en torno a la línea del tono de la historia. Pasa algo bastante oscuro e inmediatamente vas para atrás. Empezando con los peces, por ejemplo, que un capítulo cierra con la terrible escena de estos dos muertos junto a la manzana, y al siguiente nos enteramos que ya estaban prácticamente muertos y que la manzana se salvó. No sé si fue la idea del principio o si te contuviste para no parecer demasiado edgy (o para que se viera un poco más comprensible que Junkun aceptara cooperar. Pero este capítulo me produjo una sensación similar. Nos dices que el buen Hiraku está muerto bien muerto, y el abuelo del yelmo estrangulando al enanito de fuego que se atrevió a desafiarlo, y por un momento me la creí. Pensé que tu plan era matar al zeionés acá y que Junk se hiciera cargo de Haku a partir de entonces. Hubiera tenido incluso algo de poético, porque habría sido la imprudencia del joven inventor lo que causara la muerte del más respetable a bordo de la nave (después de Amelia, claro, pero estoy seguro que lo que quiere Junk es perderle el respeto), y a modo de compensación cuidaría de la Absol. Y digo que me lo creí porque a estas alturas ya cortaste un par de cabezas y porque el abuelo del yelmo parecía más intimidante, pero me alegra que no haya sido el caso porque la escena siguiente estuvo re bonita, incluso si de todos modos acaba con un cliffhanger medio cruel.

      Respecto a los personajes, Junk me ha parecido sobresaliente. Y no tanto dentro de la historia porque es difícil sobresalir a lado del japonesio con el Tsubame Gaeshii y un perro albino con su propio bankai, pero no hablamos de él. Junk sobresale más bien como protagonista en este entorno. En un mundo en el que todos hablan del beneficio personal, de amasar poder y prestigio o de desconfiar de todo lo que les rodea, Junkun nos ayuda a recordar que esta historia va sobre las maravillas del descubrimiento y sobre conocer a los Pokémon por primera vez. De ciencia, de aventura y del altruismo que viene de la mano con el conocimiento. Y es gusto ver que aunque se va volviendo desconfiado, no pierde esa compasión que lo llevó a cuidar de los dos pececitos (que no recuerdo sus nombres pero les digo Shrek y Fiona) y a hacerse amigo de la bestia de rocas que lo atacó en su hogar. Un mundo que se pone tan oscuro como este necesita un protagonista que pueda iluminar la historia con su buen corazón, y en ese sentido, cumple perfectamente. Plus tengo debilidad por los héroes de ciencia.

      Por otro lado tenemos a Hiraku porque si hay un chico inocente y medio nerd de un lado necesitamos un badass para balancear las cosas, y el señor Bushido cumple perfectamente. Es badass, estoico, y tiene al Pokémon más antihéroe de la historia con todo y bankai. Y ahora tiene un enanito con cañones en las manos porque tres espadachines en el mismo equipo es tan cool que rompería la trama (y porque creo que sus ojos eran rojos). Fue un muy buen detalle que lo primero que hiciera fuese cortarle las cadenas a Charcadet, considerando sus propios roces con la esclavitud se niega a darle el mismo trato al enanito que seguramente ahora va a tener un nombre badass como Kusanagi, Entei, MASAMUNE o algo igual de badass. Porque lo que le falta en centímetros le sobra en huevos para tratar de matar al abuelo del yelmo aún si tuviera que llevarlo de la mano al infierno. Aprende Nix. Aprende.

      De Amelia no puedo decir que tenga mucha opinión. Al igual que Hiraku, ayuda a establecer la idea de que Junkun no es un completo idiota, que es posible sobrevivir en esta época traicionera conservando algo de dignidad e incluso optimismo. Es adorable, es simpática sin pasarse de perfecta, aún si parece perfecta a los ojos de Junkun, que está en la edad, y tiene un sarcástico sentido del humor. Y encima tiene un Castform, que no puedes odiar, y el nombre más original para una aeronave.

      Entre Vibrava, Grovyle, Manetric, Absol, Castform y Slaking tenemos un surtido bastante amplio de Hoenn… he dicho antes que es mi región menos favorita pero su dex es de las mejores.

      Estos tres forman un núcleo muy agradable de seguir. Lo cual es bueno porque el resto han sido o despreciables o se quedan en el fondo. Crixa y Gareth por ejemplo que de momento tienen el mínimo de personalidad (apropiado si no van a salir más) y el duque de Nova Haven que es… vale, Regi es despreciable pero es mi clase de despreciable favorito: el hijo de puta es tan ruin y tan basura que no puedo evitar reír cada vez que sale en escena. Y suele venir acompañado de Iveroy lo que siempre es un plus porque el viejo mayordomo fue la primer persona decente que conocimos en Nova Haven… Un nombre demasiado acogedor para este sitio de mierda.

      Me muero de ganas por leer más aventuras de Amelia surcando los cielos en la Vivi Brava, por ver a Junk descubrir más Pokémon e inventar más cosas, y por ver a Hiraku cortar más hijos de puta. Creo que de todos los fanfics que he leído de ti este va que vuela para volverse mi favorito. Esperemos ver el próximo capítulo pronto.


      Y ahora me retiro con un acertijo: ¿Cuántos cumpleaños tienes entre un domingo y un viernes?

      Comentario

      • Tommy
        TLDR?/A tu vieja le gusta
        SUPAR PRUEBA
        • dic
        • 62
        • 🇦🇷 Argentina
        • Buenos Aires

        #18
        Ahora sí me puse un poquito las pilas y actualicé el primer post con las fichas del trío protagónico. Ya veré si más adelante cuando agregue otras las actualizo o modifico de alguna manera, pero al menos dan un pantallazo general a sus historias individuales y su rol en este punto de la trama.

        Antes de avanzar con el capítulo, como de costumbre respondo (y agradezco infinitamente ) los comentarios de El_Rey_Elfo y Horla.



        ---

        Capítulo 06: Hoja rota

        Sobrevolando las sierras junto a una bandada de gaviotas que viraba en dirección al basto mar, la Vivi Brava avanzaba rápidamente hacia el Bosque Foongu. En su interior, los pasajeros se ocupaban en silencio de curar y lavar sus heridas, comer y, en el caso de Junk, improvisar una mesa de trabajo con la tapa del baúl de herramientas provisto por los científicos del duque. Allí vació el morral de Amelia lleno de restos de aquellas criaturas plateadas que incluso muertas seguían manteniendo una fuerte carga electromagnética en su interior, así que se colocó sus guantes con protección contra descargas y sus goggles para evitar chispazos indeseables en los ojos y se puso a trabajar, revisando que ningún potencial componente para las Bolas de Pocket se hubiera estropeado durante la escaramuza en Wreckstone.

        Desde uno de los sillones alargados en la cabina de pasajeros, Gareth lo observaba con una mezcla de desdén y genuina curiosidad. Se le acercó varias veces, espiando por sobre sus hombros qué rayos hacía tan entretenido con todas esas herramientas y cadáveres de Magnemite, y estuvo tentado de frenarlo y advertirle que no tenía autorización del duque para construir ninguno de sus raros inventos en la nave para intentar un escape, pero Junk solo parecía estar enfrascado en su universo de cálculos que tan ajeno le resultaba, enderezando abolladuras con un pequeño martillo y quitando tuercas con un destornillador para extraer el núcleo de la membrana en los ojos de los cíclopes. Y por mucho que resintiera su presencia y cómo había intentado —y conseguido, en cierto modo— engañarlos en la cueva, lo cierto era que, luego de esa precisa experiencia, quizás sí les convendría contar con varias de esas raras esferas fabricadas cuanto antes para continuar la expedición sin mayores sobresaltos. Pensó en cuánto más fácil sería todo si simplemente pudieran lanzar esas cosas a las bestias para encerrarlas antes de que pudieran aplastarlos como los Onix, y regresó a su asiento tras soltarle un simple «Será mejor que te apures con eso, porque llegaremos a Foongu en cualquier momento».

        Desplomándose nuevamente en el sofá, desvió la mirada hacia el monstruario: allí Manectric dormía sin calma, pero con sus heridas tratadas con vendajes y ungüentos medicinales que calmarían su dolor y cicatrizarían más rápido sus heridas. Amelia se ocupó personalmente de tratarlo, sin amedrentarse ante los gruñidos amenazantes que el dolorido can le soltaba mientras recibía las curaciones. Aunque no se le daba tan bien manejar heridas como manejaba su aeronave, la pelirroja acabó conforme con su trabajo y decidió que sería mejor dejarlo descansar al cuidado atento del Gligar en el árbol y de Rockruff y Charcadet, este último dándole un poco de calor a todos con el suave crepitar del fuego en su cabeza. El propio Talonflame había decidido prestar un ala, pues su mera presencia sobre la rama del árbol compartida por el murciélago escorpión era suficiente para irradiar un calor que resultó terapéutico.

        Pero Gareth no estaba tan consternado por la salud de las bestias como lo estaba por aquello que se apoyaba al fondo, sobre una pila de heno y costales con provisiones: un mandoble robusto y pesado, descansando ya sin dueño entre las sombras. El símbolo de su fracaso como caballero, al no haber hecho nada para salvaguardar la vida de su compañero. Y no solo no había tenido las agallas para interceder como hubiera debido, sino que ahora continuaba la misión junto al asesino de su compañero, nada menos que un Escoria de Zeio al que nadie había dicho nada desde que dejaron Wreckstone. Crixa lo evitaba, cobarde como él solo, pero incluso Amelia parecía preocuparse por la salud de los monstruos o el curso de su vehículo solo para poder distraerse y así evitar tener que entablar una conversación con el zeionés.

        —¿Se recuperará?

        —Con el tiempo, debería.

        Aquellas habían sido las únicas palabras cruzadas con Hiraku desde que subieron a la Vivi Brava. Junk había visto a la exhausta Absol echándose de lado sobre el sillón y al hombre de Zeio acariciando con delicadeza su pelaje con un paño húmedo para limpiarlo, y luego su cuerno con una hoja untada en una loción que llevaba consigo para tratarlo. Pero ni Junk ni Hiraku parecían tener ánimos para extender la charla, así que cada uno se dedicó a lo suyo durante el resto del vuelo.

        Notó entonces que no era el único en sentir curiosidad por el metálico traqueteo de las herramientas del muchacho operando los componentes de Magnemite sobre el baúl, pues Crixa se le había acercado con más ganas que aptitudes para entender qué estaba haciendo exactamente.

        —No se hagan ilusiones —murmuró el joven rubio, cuyos ojos estaban ya muy perdidos bajo capas y capas de lentes y cristales en sus goggles de trabajo—, todavía necesitamos otros dos componentes fundamentales para que funcionen adecuadamente. Por ahora, solo son unos bonitos contenedores para anillos… Podrían hacer una propuesta de matrimonio divertida con esto —Y asustó a Crixa enseñándole un Magnemite sin ojo en el frente, con una abertura transversal y una pequeña bisagra instalada en la parte trasera a modo de unión, abriéndola y cerrándola como la hambrienta boca de una piraña para revelar su interior hueco.

        —Ya va siendo hora de que nos anticipes qué vamos a buscar a Foongu exactamente —decidió Gareth mientras observaba el pequeño punto verde emergiendo en el horizonte, con la brillante orilla del mar a su izquierda—. Y sería bueno para todos, pero especialmente para ti, que esta vez nos cuentes todo sobre lo que podemos encontrarnos allá.

        —Eso, ¿qué componente necesitas ahora? —preguntó Crixa con más interés en saber que en intimidar al de Scraptown, que ni siquiera les devolvió la mirada, encorvado sobre su obra de ingeniería mecánica en proceso.

        —Polvo Espora —respondió sin más, dejando que el silencio se apodere del ambiente, interrumpido solo por el ocasional bramido de motores cuando la Vivi Brava embestía una correntada de viento en contra y por el zumbido de sus alas agitándose sobre el fuselaje. Gareth tuvo que hacer un esfuerzo sobrehumano por no reventarle la cabeza contra toda esa chatarra de acero que desparramaba sin orden aparente en la superficie del baúl. Al final, se permitió no contener las ganas de ponerse de pie de un salto y gritarle.

        —¡Pero si eso podemos conseguirlo en cualquier boticario! ¡Incluso deben tener un montón en el palacio de Nova Haven!

        Junk hizo girar hábilmente un destornillador entre sus dedos y luego se lo puso de bigote mientras se llevaba la bola de metal vacía al oído y la agitaba suavemente para verificar que las bisagras no hicieran ningún ruido y hubieran quedado bien soldadas. Gareth apretó la empuñadura de su espada, pero la voz del joven lo frenó antes de que pudiera fantasear siquiera con la idea de su cabeza rodando por el suelo de la Vivi Brava.

        —No como el que necesitamos si queremos atrapar algo más que aire dentro de las Bolas de Pocket.

        —Regiballs —corrigió Crixa aclarándose la garganta. Junk soltó un resoplido haciendo rodar sus pupilas.

        —Escuchen, después de lo que pasamos en Wreckstone… ¿Creen que me divierte todo esto? De haber podido conseguir Polvo Espora en Nova Haven o en Scraptown, no estaría en este rincón de Vernea arriesgando mi vida. ¡No me divierte aguantar el peso de estas malditas cadenas en mis tobillos y muñecas!

        —Entonces, ¿qué tiene de especial el Bosque Foongu? —preguntó Amelia verificando que el aspecto de Castform no cambiase al adentrarse a las proximidades del gran bosque en el sudoeste de la región.

        —Para ser aviadora, conoces bastante poco del mundo —murmuró Gareth por lo bajo. Temió que la piloto fuera a dar otra de aquellas temibles volteretas aéreas para castigarlo, pero ella simplemente respondió con voz cantora algo que ya les había dicho antes.

        —Soy aviadora, no guía turística en bosques exóticos.

        Gareth resopló, harto de la tripulación que lo rodeaba.

        —¡Bah! Cuando la misión consista en explorar una ciudad voladora, quizás ahí sí puedas decirnos algo al respecto. Al final, solo conoces el cielo… ¡Y en el cielo no hay nada!

        Junk finalmente se levantó, arrastrando las cadenas de sus grilletes por el largo pasillo en la cabina de pasajeros hasta la de mando, tanteando el libro con un montón de marca páginas de colores adheridos a los bordes de sus hojas. Tras una rápida búsqueda, lo levantó delante de su rostro para que pudieran ver las ilustraciones de distintas bestias en la sección dedicada a las que vivían principalmente en bosques.

        —Hasta donde pude averiguar entre las notas de mi abuelo, el único lugar de la región donde podríamos llegar a encontrar especies capaces de producir estas esporas es en ese bosque. Ahora, gracias a este libro pude corroborar finalmente que, aunque existen varias criaturas relativamente fáciles de ver en la naturaleza con la capacidad de generar diferentes esporas paralizadoras y venenosas, solo algunas muy específicas de Foongu producen orgánicamente un somnífero lo suficientemente potente como para tumbar en el acto a bestias mucho más grandes y fuertes. El resto de somníferos, como los que pueden encontrar en cualquier boticario, no tienen la concentración suficiente para ser infalibles —Apuntó con su dedo la línea divisoria entre el límite de las llanuras y del agua del mar, que parecía abarcar más y más terreno a medida que la Vivi Brava se acercaba a su destino. Las copas de los árboles en el Bosque Foongu eran tan altas que podían verlas desde ese punto, aún a varios kilómetros de distancia—. Si se fijan a través de los parabrisas y ventanas laterales, verán en la geografía cómo va decreciendo el terreno casi hasta el nivel del mar, y las tormentas frecuentes cerca de la costa así como las crecidas en la marea produjeron un desarrollo exponencial del bosque, y junto con éste, la proliferación de diversos tipos de hongos. ¡Algunos de ellos tan evolucionados que acabaron mimetizándose con las criaturas para adaptarse mejor al entorno salvaje!

        Hubo un silencio sostenido. Todos parecían debatirse internamente qué tan peligroso era lo que ocultaban las enrevesadas explicaciones del chico que cada vez parecía más entusiasmado ante la posibilidad de una nueva aventura, como si realmente hubiera olvidado que una hora antes estaban al borde de la muerte en una cueva perdida entre las sierras. Finalmente, Crixa pareció deducir lo evidente.

        —Genial, o sea que vamos a arriesgar nuestra vida yendo tras un grupo de hongos asesinos altamente peligrosos —se lamentaba el soldado raso, abanicándose con la mano. Junk le sonrió.

        —Descuida, no son tan mortíferos… Al menos no como los Onix en Wreckstone. En realidad, estas criaturas no son hostiles por naturaleza, a diferencia de nosotros los humanos. Simplemente a veces nos ponemos demasiado en su camino, ¿saben? Y los de Foongu no serán la excepción: ellos solo aprendieron a defenderse de la hostilidad que los rodeaba, incluyendo depredadores o amenazas para su ecosistema.

        —Y eso es precisamente lo que venimos a ser nosotros, ¿no? —inquirió Hiraku, desviando la mirada hacia el pequeño Charcadet que conversaba algo inentendible con el Rockruff mientras se repartían la guardia del malherido Manectric en el monstruario.

        —Tal vez, pero al final del día es por un bien mayor —murmuró Amelia, tomando a Junk por sorpresa. ¿Realmente era tan naíf para pensar así del propósito de Reginald III? Ella pareció notar cómo la miró entonces, por lo que decidió aclarar su punto—. Piénsalo: ¿no es tu invento una ventana hacia un mundo donde ya no tengamos que luchar a muerte contra las bestias para dialogar con ellas? Si nos limitamos a amansarlas a través de esas esferas, tal vez podamos estrechar lazos más rápido. Digo… Yo adoro a mis compañeros, pero porque están conmigo desde que era una niña pequeña. Imagino que lo mismo ocurrió contigo y Nix, o con Hiraku y Haku.

        —Eres tan ingenua que me enterneces. Definitivamente te falta ver mucho mundo todavía —chistó Gareth con una sonrisa socarrona. Aunque no les caía para nada bien, tanto Junk como Hiraku estuvieron de acuerdo con él, mientras a las pecas de la piloto se les subía el rojo. Tal vez ese fuera el propósito de las Bolas de Pocket que Junk y su abuelo hubieran querido para ellas, pero el mundo que giraba bajo la Vivi Brava no parecía hacerlo movido por esa clase de idealismo.

        Mientras Amelia se encogía un poco en su asiento, bajando cada vez más la aeronave a medida que empezaban a sobrevolar las primeras arboledas dejando atrás las tierras secas, Crixa retomó el punto donde lo habían dejado, pues cada vez se convencía más de que no podía dejar su vida en manos de esa gente.

        —Entonces, ¿no hay posibilidad de que tu invento funcione usando somníferos más comunes? No entiendo mucho del tema, pero imagino que servirán para aplacar a las bestias luego de encerrarlas en esos aparatos.

        —También lo consideré, y aunque tal vez funcionaría con criaturas muy débiles o de por sí inofensivas, ¿qué sentido tendría atraparlas en primer lugar? No creo que al duque o al rey les interese impulsar un invento como este solo para coleccionar gusanos y pichones en sus dormitorios. Si queremos que sean realmente eficaces, debemos correr el riesgo ahora, o lo haremos luego con esferas defectuosas a las que criaturas como Rhydon u Onix podrían rebelarse, destrozándolas desde su interior por no haber sido anestesiadas adecuadamente. Solo tenemos que ser precavidos y no acercarnos a los hongos más de la cuenta, especialmente con aquellos que se vean más inofensivos, porque sus esporas suelen ser las más agresivas contra los depredadores, al ser éste su principal mecanismo de defensa —Le mostró la ilustración de uno llamado Amoonguss, que no se veía diferente de una seta gorda con un sombrero de patrones rojos y blancos aparte de que, si prestaba atención a los detalles, podría encontrar bajo éste un par de ojos de hostil mirada y unos labios protuberantes que le resultaron rarísimos. A Junk, en cambio, le parecía una criatura de lo más divertida, si ignoraba que tuviera cuatro cruces de peligro.

        —Por lo menos el fuego servirá de algo esta vez —murmuró Gareth girándose hacia las criaturas en el monstruario y alternando la mirada entre el Talonflame, que lucía bastante fuerte, y el Charcadet que, aunque parecía un enano llorón, había probado su poder de fuego contra el caballero sin nombre.

        Los ojos del pequeño monstruito de fuego se fijaron en los del humano que lo había liberado de sus cadenas, como buscando autorización en su mirada para participar activamente de la cacería de hongos en el Bosque Foongu. El zeionés se limitó a desviar la vista a la ventana que exhibía un paisaje cada vez más devorado por el manto verde en la superficie terrestre. ¿No se lo había dicho ya? Él debería decidir qué camino seguir, y eso no apuntaba con sus palabras a una dirección espacial, sino a un sendero espiritual: ¿viviría para ser libre o lo haría para luchar como él mismo había decidido mucho tiempo atrás?

        La Vivi Brava comenzó a descender hasta que su sombra consiguió reflejarse sobre la espesa cubierta arbórea de Foongu, desviándose ligeramente hacia la costa para desplegar el tren de aterrizaje sobre tierra firme. El pasadizo de hierba era tan angosto, sin embargo, que Amelia resolvió directamente plegar las alas y deslizarse entre algunos árboles más espaciados retorciendo el fuselaje compartimentado con maniobras serpenteantes hasta hallar un claro lo suficientemente espacioso para detenerse finalmente.

        —Hay un pequeño pueblito cerca: Dendrowth. Yo diría que hagamos una parada ahí —propuso la joven mientras los motores comenzaban a apagarse y la aeronave dejaba de vibrar progresivamente—. No es que desconfíe de las investigaciones de Junk, pero… Creo que será mejor si le preguntamos directamente a los locales sobre las criaturas del bosque.

        Gareth le dio un pisotón al suelo cuando se levantó del sillón.

        —Ni hablar. ¿No escuchaste al duque? Esta es una misión secreta, no podemos ir por ahí dando pistas de lo que venimos a hacer.

        —No tenemos que ser tan obvios —suspiró Amelia, acariciando la cálida cabeza del Castform que exhibía su forma soleada incluso cuando las copas de los árboles sobre ellos bañaran el suelo en sombras que apenas filtraban débiles puntos de luz en un agonizante komorebi—. Solo tienen que dejar en la nave sus llamativas y lujosas armaduras de Nova Haven para no atraer tanto la atención. De todos modos, tampoco es como si hubieran sido de mucha ayuda antes.

        —Y tenemos una buena coartada —murmuró la suave voz de Hiraku justo cuando Gareth y Crixa estaban por insultar a la piloto. Todas las miradas se fijaron en él, que señalaba su cuello sin expresión alguna—. Simplemente pueden hacerse pasar por cazarrecompensas trasladando a un prisionero de Zeio a Ravenhurst.

        —¡Gran idea! —se alegró la piloto—. Después de todo, Ravenhurst está justo del otro lado de Foongu. Sería lo más natural del mundo tener que atravesar el bosque para llevarlo ahí, ¿no creen? Y lo lógico es que intentemos averiguar en el pueblo qué peligros alberga el bosque, así estamos preparados para ello durante el traslado.

        —¿Y qué hay de la Vivi Brava? —se preguntó Crixa con el ceño bien fruncido, pues aunque la idea no era terrible, no le gustaba nada tener que actuar. Era apenas un soldado promedio, no un actor—. Nuestras armaduras de Nova Haven podrán llamar la atención, pero esta cosa lo hará mucho más.

        —Vivi nos puede esperar acá también —resolvió la joven piloto dándole un golpecito con los nudillos a una de las paredes de acero de su aeronave—. Se camufla perfectamente entre el verde bosque, y si algún viajero extraviado decide pasar por aquí, simplemente haremos que Talonflame y Gligar merodeen los alrededores desde las alturas y lo ahuyenten. Nadie la encontrará. Además, solo nos tomará un ratito: conozco un viejo bar donde seguro podrán darnos información valiosa. Solo… Traigan algunos gears de oro, por si acaso —Y juntó las palmas con una adorable sonrisa mientras Gareth hacía rodar sus pupilas con fastidio y Crixa se desprendía el cinturón, sacando un monedero lleno de pequeños engranajes dorados y plateados.

        Tras deshacerse de las armaduras blancas y doradas y enfundar bien en sus vainas las hojas de las espadas que tenían grabado el escudo de Nova Haven, los cinco salieron de la Vivi Brava asegurándose de que no hubiera moros en la costa. Al salir del vehículo y girarse, Junk comprobó que, tal y como aseguró Amelia, la aeronave se camuflaba perfectamente bien envuelta en sus enormes alas plegadas sobre el fuselaje como en un capullo verdoso, y la débil llegada de la luz en lo alto no permitía adivinar a una distancia considerable que se trataba de metal. A suficiente distancia, perfectamente podría pasar por una enorme bestia durmiente a la que sería mejor no molestar. A su lado, Hiraku avanzó tan esposado ahora como él, aunque, a diferencia suya, le dio la impresión de que el zeionés podría librarse de esas cadenas cuando quisiera simplemente con separar lo suficiente sus brazos. Detrás de ellos, el halcón de fuego y el murciélago de tierra volaron hasta desaparecer tras la frondosa vegetación en las ramas de los abetos que crecían alrededor del claro.

        Caminaron por el estrecho sendero entre el bosque y la playa hasta ver las primeras muestras de civilización en forma de carteles en la tierra que anunciaban el arribo a Dendrowth a quinientos metros de ahí. Guiados por la cartelería que publicitaba restaurantes, bares y comercios con artículos de pesca y campamento, pronto comenzaron a ver las casas construidas en altura sobre troncos cortados y algunas incluso sobre las más robustas ramas de los árboles ancianos. El suelo llegando a Dendrowth se volvía más inestable y pantanoso, por lo que cada árbol tenía o bien escaleras colgantes o bien directamente estaban tallados para poder elevarse usando su propia madera como peldaños, además de conectarse por una serie de puentes que permitía a la gente desplazarse en las alturas a salvo de las frecuentes inundaciones con la crecida del mar. Frente a un grupo de pescadores con botas de goma apostados en una pendiente contra la que rebotaban las olas formando un brote de espuma vieron una rampa con un desfiladero de tablones de madera para adentrarse al poblado antes de hundirse en la tierra lodosa que venían pisando.

        Al andar el poblado que parecía pedirle permiso a la naturaleza para ocupar un humilde espacio dentro de ella, Junk se sintió casi como un turista incluso llevando todavía aquellas esposas frías que en todo momento le recordaban su lugar. Al menos ahora no era el único esposado, y aunque ni Gareth ni Crixa eran actores, ambos le agarraron rápido el gusto a su papel de captores de un peligroso zeionés. El primero en especial se entretuvo bastante empujándolo y haciéndole bajar la cabeza cada vez que Hiraku se atrevía a mirar a alguno de los curiosos pueblerinos que los contemplaban avanzar con cierto resquemor. Al frente, Amelia revisaba un viejo mapa suyo lleno de anotaciones y recordatorios de nombres de lugares y personas. Cuando alguien le preguntaba sobre los sospechosos hombres que llevaban esposados, ella se limitaba a responder con el impostado acento de la gente de mar que llevaban a un traidor y un Escoria de Zeio rumbo a Ravenhurst.

        Luego de preguntar con su ineludiblemente encantadora sonrisa a un par de residentes sobre la ubicación exacta de cierto bar, decidieron continuar la caminata valiéndose de las escaleras y puentes colgantes que les permitieron ver Dendrowth y Foongu desde una perspectiva completamente distinta. A Junk le asombró cómo habían instalado redes de contención como gigantes mosquiteros que ascendían desde sus pasadores de cuerda gruesa hasta las ramas más altas de los árboles, formando una especie de cúpula entre la arboleda que mantenía a raya a las especies voladoras, los insectos e incluso algunos simios curiosos que se acercaban por el aroma que salía de las chimeneas y ventanas de los restaurantes y cafeterías. Allí no parecían temerle tanto a las bestias como en Scraptown o Nova Haven, pero definitivamente no eran bienvenidas, y lo corroboró al divisar desde algunas ramas a centinelas apostados con arcos y ballestas, listos para dispararle a cualquier criatura que pudiera irrumpir la paz del poblado. Al verlos, no pudo evitar lamentarse al pensar en lo mucho que Nix habría disfrutado estando ahí, deleitándose con los colores y los aromas que se entrelazaban en las alturas.

        —Solo redes y flechas —susurró Hiraku mientras Gareth lo empujaba para que avanzase—, diferentes de los muros altos que rodean Nova Haven y Ravenhurst. Probablemente las criaturas del bosque no sean tan temibles como en otras partes.

        —O tal vez el rey no considere tan primordial mantener a salvo un pequeño pueblo en comparación a dos de las ocho grandes ciudades —opinó Junk antes de llevarse un empujón de Crixa, que le gruñó con gesto pendenciero.

        —Tendrás tiempo de sobra para conversar con tu amiguito Escoria cuando estén tras las rejas, o en la horca esperando a ser ejecutados —masticó sus palabras casi con disfrute ante la orgullosa mirada de reojo de Gareth. Sin embargo, Crixa no disfrutaba tanto esa parte del acto, pero tenía que seguir adelante con su interpretación cada vez que se cruzaban con transeúntes y sus miradas llenas de duda y sospecha al adentrarse en el pueblo.

        Claro que todo ese acting quizás sirviera para despejar dudas sobre la identidad de los prisioneros, pero para nada aliviaba a la gente en Dendrowth, que poco a poco comenzó a esparcir los murmullos acerca de los forasteros que habían llegado al pueblo con nada menos que un potencial asesino de Zeio. Y aunque la ruta a través del bosque para llegar a Ravenhurst era frecuentada por soldados y cazarrecompensas, pocas veces se mezclaban tanto con la gente de a pie en el corazón del pueblo.

        Casi como si los hubieran estado esperando, cuando entraron a la Mesa del Capitán, un bar construido en el hueco de un roble gordo y moribundo, se llevaron un par de decenas de miradas hostiles e intranquilas. Junk pensó que la gente de Zeio debía nacer con un radar para ser detectada tan rápidamente en Vernea, aunque los ojos que tan mal miraban a Hiraku pronto comenzaron a mirarlo mal a él. Solo necesitó del tintineo de las cadenas en sus esposas para terminar de ganarse la indeseada atención.

        —Dijiste que conocías este lugar —bisbiseó Gareth con una ceja crispada detrás de la piloto—. ¿Por qué no nos miran como si te conocieran a ti?

        —Mi madre me habló de él —reconoció la chica, intentando evitar el contacto visual con los comensales, que eran todos hombres rollizos con los brazos llenos de moretones, cicatrices y picaduras, las barbas pobladas y una actitud que debía hacerles creer que a toda hora eran las tres de la madrugada de un fin de semana—; resulta que una vez les dio una paliza a unos borrachos y ya no la dejaron regresar.

        Gareth y Crixa la habrían agarrado del cogote en ese momento, pero Amelia ya los adelantaba varios pasos abriéndose camino entre las sillas corridas y las mesas atiborradas de hombres, barrigas, cartas y bebidas rumbo al mostrador ubicado al fondo y atendido por la única persona que no había levantado la mirada cuando entraron, pues el hombre de vigoroso bigote parecía muy entretenido limpiando un tarro vacío. Todo ahí desprendía aroma a tabaco, hojas e hidromiel, pero aquello les resultó más placentero que los murmullos ásperos que comenzaban a circular por lo bajo en el recinto, como una neblina escabulléndose entre sus pantorrillas.

        —El letrero en la entrada dice que no se admiten mascotas —dijo secamente el tabernero, sin levantar la vista. A Junk le pareció que, de haberse esforzado por hacerlo y hubiera visto la radiante sonrisa que le dedicaba Amelia hasta ese momento, probablemente la habría recibido mejor.

        —¡Ah! No tenemos ninguna —aclaró ella, volteándose un segundo por si acaso Rockruff la hubiera seguido a hurtadillas desde la Vivi Brava. Afortunadamente, no fue así.

        —Los de Zeio cuentan como tales aquí —arqueó ligeramente una ceja con el ceño bien fruncido, y por primera vez le clavó la mirada para enfatizar su afirmación. Junk esperaba que el “efecto Amelia” diera resultado tan rápido como lo hizo con él, pero el tabernero no era un chico de catorce años sin experiencia con mujeres, y lo único que le llamó la atención de la joven piloto fue su extraño acento impostado—. ¿Eres extranjera?

        —De Kalos —mintió tan rápido como volaba.

        —Ajá —el hombre dejó de mirarla, como si aquella confirmación le resultara aburrida—. Bueno, señorita, no sé si en Kalos tendrán otras costumbres, pero en Vernea las cosas son como son. Aquí no se permiten mascotas ni Escorias de Zeio.

        —No es mi intención importunarlo ni alterar la… paz en su hospitalario local —tuvo que hacer una pausa cuando dos tipos comenzaron a levantar el tono en una de las mesas arrinconadas, hasta que acabaron repartiéndose golpes y patadas en el suelo tirando algunas sillas en el proceso. Aparentemente uno había dicho que al de Zeio era mejor enterrarlo vivo en la plaza de Imperia, mientras que otro opinó que había que cortarlo en pedacitos y enviárselos a cada ciudad y pueblo de Vernea para exhibirlo como trofeo. Al tabernero lo tenía sin cuidado; después de todo, eso era lo que los borrachos hacían—. Seré breve: veníamos en barco con rumbo a Acquabella para presentar nuestros respetos al duque Waverley, viejo amigo de mis difuntos padres, por la reciente pérdida de su hermano, pero unos piratas zeioneses nos abordaron violentamente cerca de estas costas. Por suerte, los guardaespaldas de mi familia pudieron encargarse de todo y dárselos de comer a los tiburones… Pero decidimos que sería mejor traer uno como obsequio y muestra del apoyo de Kalos para con Vernea. Entendemos que Ravenhurst es el sitio indicado para deshacerse de ellos.

        A Junk le resultó tan fascinante como perverso que pudiera improvisar tan resuelta sobre cuestiones tan crudas como bandidos, tiburones y usar a prisioneros como “obsequios”. Quizás hubiera estado ensayando en su cabeza mientras caminaban desde la Vivi Brava hasta Dendrowth, lo cual habría explicado por qué estuvo inusualmente callada durante ese tramo. Sea como fuere, al tabernero ni siquiera parecía importarle si la chica le mentía o no: simplemente los quería a todos lejos tan rápido como fuera posible. Pero no fueron las palabras con erres marcadas y ges gangosas ni las espléndidas sonrisas de Amelia las que llamaron su atención finalmente, sino un objeto curvo y envainado que empuñaba celosamente Gareth mientras sujetaba a Hiraku por las esposas y por el cuello de su kimono.

        —Vaya… —dijo con una mueca que Amelia no pudo descifrar, pasándose la mano por el bigote como si intentara mantenerlo adherido a su rostro y luego levantando una tabla lateral del mostrador para salir apresuradamente, avanzando con largas zancadas hasta detenerse frente a los hombres custodiados por los soldados. El tabernero se dobló y fijó la mirada atentamente en las inscripciones de la vaina de la espada de Hiraku que Gareth le había confiscado como parte del acting. El hombre de Zeio, en sus adentros, seguía repitiéndose que aquello no había formado parte de su propuesta original. De pronto, el robusto dueño del bar torció su gordo cuello en dirección a él y le sonrió una sonrisa de dientes amarillentos—. Así que no solo eres Escoria de Zeio o un ladrón de ricachones… No… Eres también un asesino, ¿me equivoco?

        Le hablaba como si no pudiera entender una palabra de lo que decía, pero Hiraku entendió todo a la perfección. Por instinto quiso deslizar suavemente su mano diestra a la empuñadura de su tachi, pero Gareth la apartó más rápido y le devolvió un fuerte culatazo en la nuca que lo dobló sobre sus rodillas. La imagen del zeionés cortándole la garganta al Yelmo en Wreckstone apareció simultáneamente en el recuerdo de los otros cuatro. Ese tipo lo miraba ahora como si hubiera sido un quinto testigo de dicho acontecimiento.

        —¡Ja! ¡No me extrañaría nada que lo fuera! Toda la Escoria de Zeio es igual —espetó Amelia acercándose rápidamente y deteniéndose a espaldas del tabernero. Miró a Gareth con los ojos bien abiertos y agregó, moviendo los labios sin hablar: «¡¿Qué demonios estás haciendo?!».

        —No todos son iguales, no… —pensó en voz alta el dueño del bar mientras se incorporaba, deteniéndose justo frente a Hiraku y mirándolo de arriba abajo habiendo borrado todo rastro de aquella desagradable sonrisa de antes. Había un poco más de rojo en su mirada ahora—. Algunos de ellos son realmente malos… Los únicos que llevan matando desde mucho antes de que cualquier guerra se desatase. Y entiendo lo que estarás pensando, niño —De pronto, le estaba hablando a Junk, que lo miraba con tanta repulsión como todos miraban a Hiraku desde las mesas, ignorando el pleito entre los ebrios que rodaban por los rincones del fondo—. No sé qué te habrá dicho este hombre para que trabajes a su lado, pero si todo el asunto de la guerra te angustia tanto, déjame decirte que hay asesinos mucho peores que los que matan en nombre de su bandera o de su rey.

        —Los asesinos son asesinos, ¿qué importa en nombre de qué ideales maten? —bufó Junk, y Crixa tuvo que hacerle una advertencia con su mejor cara de soldado. Hiraku, por otra parte, entendió que quizás había esperado poder decirle eso desde que dejaron Wreckstone: que, por muy noble que hubiera sido su gesto al defender y liberar a Charcadet, no dejaba de tener las manos manchadas de sangre.

        —¡Ideales! —rio el hombre con ganas, y su bigote bailó en su rostro como si tuviera vida propia—. No escuchaba a alguien tan romántico aquí desde que Peter le gritó a Cornelius que besara su peludo trasero —Esto aparentemente fue comiquísimo, porque todos los grandulones comenzaron a carcajear en sus mesas, agitándolas con sus barrigas y puñetazos y haciendo rodar vasos hasta estallar contra el suelo—. No tienes idea de lo que es este tipo… Ustedes tampoco, ¿eh, kaleses? En cualquier idioma podrán entenderme bien —Y abrió bien grande su boca mientras modulaba cuidadosa y pausadamente—: esa espada pertenece al Clan Yamada. Ya… Ma… Da. Los más grandes asesinos en la historia, un grupo de zeioneses que vivían de la matanza mucho antes de que se desataran las primeras guerras.

        —Desconozco el pasado de este zeionés —intervino Amelia, que realmente ignoraba quién era Hiraku realmente—, y francamente tenemos el deseo de deshacernos de él cuanto antes. Por eso vinimos aquí: necesitamos que nos hable sobre Foongu y cuál es la mejor ruta para cruzar el bosque sin exponernos al peligro de las bestias que lo habitan. Escuché cosas bastante duras sobre los viajeros que se pierden por aquí.

        —¿Y no escuchaste nada sobre los amateurs que intentan ocuparse de un Yamada? Serán alimento para su espada antes de llegar a Ravenhurst —aseguró el tabernero con gravedad, y Gareth apretó instintivamente su agarre a las esposas que inmovilizaban a Hiraku. Deseaban no creerle, pero el recuerdo de lo que le habían visto hacer en Wreckstone todavía les helaba la piel. Sin embargo, el hombre pareció replantearse sus intenciones un momento, y luego ensanchó una hospitalaria sonrisa doblando su bigote hacia arriba y mostrándoles la nuca despejada al darse vuelta con dirección a la mesa que habían desocupado los borrachines—. Síganme, pónganse cómodos. Creo que podemos llegar a un acuerdo.

        Sin borrar la sonrisa de su rostro, pateó un poco a los dos ebrios que, entrelazados en golpes y patadas y desparramados por el suelo como costales de papas, ahora dormían plácidamente como si fueran un matrimonio feliz. Haciendo espacio, corrió cuatro sillas: una para él y tres para Amelia, Junk y Hiraku. Los custodios de estos últimos permanecieron de pie a sus espaldas y presentaron el filo de sus espadas sobre sus cuellos: cualquier movimiento en falso por parte de los capturados sería considerado un intento de escape y castigado con la degollación. O al menos eso pretendían que los pobres diablos del bar creyeran.

        —Tengo la información que vienen a buscar —aseguró sirviéndole un trago a Amelia de una bebida anaranjada y burbujeante que la mujer no se molestó en probar—. A cambio de eso, quiero la espada del Yamada.

        Hiraku no necesitó moverse de su asiento: la mirada que le dedicó al tabernero fue suficiente para obligarlo a apretar su gorda espalda contra la silla, apartándose de él como si el filo de sus ojos tuviera un alcance preestablecido y suficiente para arañarle el tabique. Amelia no dejó de sonreír con cordialidad, sin mostrarse impresionada por las pretensiones del dueño del lugar.

        —Temo que no puedo hacerlo —se encogió ligeramente de hombros—, ya me comprometí con el Señor de Ravenhurst cuando llamamos desde nuestro barco, tras capturar a los bandidos. Quiere el paquete de Zeio completo.

        —Conozco al viejo Blackwood —sacudió la mano el tabernero, restándole peso al pacto que hubiera hecho Amelia con ese hombre—; y créeme: las paredes de su museo ya están repletas de espadas zeionesas manchadas con sangre. Quizás el muchachito traidor no valga más que un puñado de gears de plata, pero te dará suficiente dinero a cambio del Yamada vivo como para que ninguno de ustedes necesite volver a traficar prisioneros por el resto de sus vidas. La espada es un precio más que justo para que lleguen en una pieza a Ravenhurst y puedan deshacerse de estos dos.

        —Disculpe, pero si demuestra tanto interés por este objeto… Solo puedo pensar que es porque conoce su verdadero valor.

        —Sé lo que vale la vida de mi esposa —esta vez, el tabernero masticó las palabras como si se le hubiera metido una cucaracha en la boca, y como si tuviera hundido un puñal en el pecho. Su voz retumbó por la estancia con tal vigor que las risas y murmullos de fondo cesaron—. Una de estas me quitó a la madre de mis hijos diez años atrás. Me obligué a mantener este antro abierto porque la bebida era la única medicina capaz de calmar las heridas y tormentos que los zeioneses causaron sobre la gente de esta región. Es lo único que me permite mantener a mis hijos con vida y con el prospecto de un futuro donde puedan salir adelante. Una espada Yamada me quitó y me dio un propósito al mismo tiempo. Perdí toda esperanza de forjar una familia feliz, porque mis hijos crecerán sabiendo que su padre fue un cobarde que no pudo defender ni vengar a su madre, y gané la única certeza que me mantuvo en pie todos estos años: que algún día los haría sentir orgullosos, llevándome a uno de esos asesinos aunque tenga que arrastrarlo conmigo hasta el infierno.

        Amelia miró de reojo a Hiraku, que no había cambiado su expresión amenazante de lobo atado desde que ese tipo se había atrevido a plantear la idea de quedarse con su preciada espada. La historia del tabernero la había conmovido lo suficiente como para considerarlo si su falso prisionero se ablandaba, pero éste no se tragó una sola de las palabras que había soltado por su boca. Gareth intervino justo cuando Crixa estuvo a punto de hablar.

        —¿Y cómo sabemos que no intentará liquidar al zeionés con esa misma espada una vez que se la demos?

        El tabernero frunció aún más el entrecejo, y dio un golpe sobre la mesa.

        —¿Piensas que quiero estafarlos en mi propio establecimiento? ¡No me faltes al respeto, chico! Llévense ahora mismo al Escoria de Zeio, por mí mejor: solo déjenme su espada, para que pueda volver a casa y mostrarle a mis hijos que su padre vengó a su madre. Quiero usarla como trofeo.

        Amelia entornó la mirada. «No habrá trato entonces», pensó. Pero antes de poder comunicárselo, el soldado raso de Nova Haven le arrebató la tachi a Gareth y se la presentó, con los ojos húmedos y el corazón latiendo a mil en su pecho.

        —Quédesela, y haga que sus hijos se sientan orgullosos —dijo Crixa con una sonrisa. De haber tenido un cuchillo entre los dientes, Hiraku lo habría usado sin titubear para cortarle la muñeca al desgraciado sentimental. Incluso Junk, que había comprado el discurso del tabernero sobre su tragedia familiar en manos del Clan Yamada, miraba a Crixa con incredulidad: ¿realmente ese tipo había sido tan idiota todo este tiempo? ¿O acaso también tenía una rencilla oculta contra esos famosos asesinos? Quizás su entrenamiento como soldado incluía tomar toda clase de decisiones estúpidas que implicaran ponerse de cualquier lado que fuera en contra de Zeio.

        Sea como fuere, la espada de Hiraku llegó a manos del tabernero.

        —Eres un buen hombre —asintió decididamente el dueño del bar, apretando con rabia la espada entre sus puños y quitándole apenas la vaina para comprobar las letras grabadas en su hoja de acero brillante: el relieve del símbolo del Clan Yamada apenas se había ensombrecido un poco por la sangre derramada. Entonces, una silla se sacudió.

        Gareth le dedicó una mirada rabiosa a su compañero y apartó a Hiraku de la mesa tan pronto como éste intentó recuperar su arma echándose hacia adelante. El tabernero se levantó, mirándolo con una mezcla de odio y sorna, y se alejó hasta detrás de la barra para sacar una prensa y un martillo, mientras los soldados de Nova Haven arrastraban a Hiraku fuera del bar, que se había doblado con sorprendente flexibilidad para asestarle una patada en el rostro a Crixa antes de llevarse algunas patadas y escupitajos por parte de los comensales que lo veían retorciéndose por el suelo como una araña con muchas patas. Junk fue contenido por Amelia, que acarició tiernamente su mano mientras se mantenía impertérrita en su lugar, ignorando el escándalo a sus espaldas, y veía con los ojos encogidos cómo el sujeto apretaba la prensa a la hoja de la espada y dejaba caer el martillo con todo el peso de su rabia, quebrándola tras unos cuantos golpes. Cuando el acero cayó en cuatro piezas, el débil y agónico estruendo de metal llegó a los oídos de Hiraku, que ya estaba afuera.

        Con sangre en la nariz, Crixa cerró la puerta mientras Gareth agarraba del cuello a Hiraku, que lo insultaba rabiosamente en zeionés intentando estrangularlo con sus propias esposas.

        —¡¿Tienen idea de lo que hicieron?! —bufó al tiempo que se le explotaba una vena en el ojo izquierdo, esparciendo un ancho derrame de rojo sobre blanco.

        —¡Debiste pensarlo dos veces en Wreckstone! —ladró Crixa, apretándose el tabique para detener la hemorragia—. ¡Tú mataste a un compañero, deberías agradecer que no te arrojáramos desde la aeronave por traición! Además… ¡Ese hombre tiene razón! ¡Las garras de los Yamada deben ser arrancadas de raíz!

        Mientras los tres se peleaban afuera, ya demasiado lejos del tumulto de aplausos que se había desencadenado dentro del bar tras la destrucción de la espada Yamada, el tabernero volvía a desplomarse en la mesa, satisfecho, haciendo girar la empuñadura como un trompo alargado. Aparte de la prensa y el martillo, había arrancado una servilleta y tanteado un bolígrafo que presentó a Amelia, dibujando rápidamente un tosco mapa de Dendrowth y el Bosque Foongu y, al otro lado de éste, rumbo al noroeste, la profunda ciudad de Ravenhurst.

        —Para que vean que soy un hombre de palabra —le sonrió tanto a Amelia como a Junk, que era celosamente vigilado por los comensales de las mesas contiguas, pero que se veía demasiado enclenque y debilucho como para intentar nada contra ellos. Si hasta una mujer podía mantenerlo en su asiento dócilmente, como a un perro entrenado—. El camino más rápido a Ravenhurst es este sendero en forma de Z, los centinelas del pueblo marcaron con pintura dos árboles en estos puntos del recorrido: ahí sabrán que deben girar a la derecha y luego a la izquierda para salir por el atajo.

        —¿Qué hay de las bestias? —preguntó Amelia, sus ojos alejándose de los dientes amarillentos del hombre y concentrándose en las letras partidas del Clan Yamada en la ahora corta hoja que asomaba de la empuñadura—. Solo tenemos dos espadas ahora, y queremos llegar a salvo.

        —Si siguen este camino, les garantizo que no se encontrarán más que con algún mapache o insecto. Nada que no pueda resolver incluso una chica de Kalos. Pero, si tanto te preocupan los peligros del bosque, o si deciden que sus prisioneros se vuelven una molestia y quieren deshacerse rápido de ellos… —Y, ensanchando una sonrisa más perversa, marcó cinco sectores bien diferenciados del bosque con cruces—. Estos son los territorios de los hongos comehumanos. Bueno, la gente de por aquí así los llama, pero la verdad es que no siempre se limitan a comérselos. Foongu es conocido por su clima húmedo y su vegetación en constante crecimiento; creemos que algún día el bosque crecerá tanto que incluso comenzará a invadir el mar pasando nuestro pueblo. Pero, claro, no nos preocupan tanto las plantas y las setas como las bestias que aprendieron a mimetizarse con ellas. Las más peligrosas crecen y cazan en estos sectores.

        —¿Cómo son? —insistió la piloto, llamando la atención del tabernero, que levantó bastante sus pobladas cejas.

        —No me pides que los dibuje, soy muy malo para eso —se encogió de hombros, pero, divertido por la osadía de la mujer, decidió contarle un poco más—. Al oeste de aquí están los Crabos, inofensivos para los humanos pero temidos por otros monstruos, pues son hongos parasitarios que se alimentan de sus cerebros pudiendo moverse a través de ellos como si los convirtieran en muertos vivientes; en el noreste tienen a los Lumin, que solo se mueven por las noches y suelen asustar a los niños y confundir a los viajeros para que se pierdan en el bosque; más al sur pueden encontrar Infilter, que son potencialmente los más mortales de todos por el veneno de sus esporas, pero que también pueden ser fáciles de evitar gracias a su lentitud (sin embargo, déjenme advertirles que se camuflan mejor que ningún otro monstruo en el bosque, porque se mimetizan muy bien entre setas comunes, así que no intenten arrancar ninguna para comer). Finalmente, las dos especies más peligrosas son los Puncher, que son los más poderosos físicamente y se desplazan rápidamente en grupos de cinco o seis, y cuyos puñetazos pueden partir las hojas de sus espadas antes de que terminen de desenvainarlas; y finalmente, los Kruel. Si ponen un pie en su territorio, al sudeste, éstos los atraparán entre sus tentáculos y drenarán sus nutrientes vitales hasta dejarlos secos como pasas. Son la principal causa de muerte entre los habitantes de Dendrowth, así que no se desvíen del camino si saben lo que es bueno.

        Junk repasó mentalmente las vagas descripciones que el tipo había dado sobre esas cinco especies. Estaba ansioso por regresar a la Vivi Brava y verificar en el libro de cuáles se trataban para indagar un poco más al respecto, aunque de una tenía plena certeza: los Infilter, “Amoonguss” (XXXX) según el profesor Batheust, eran los que fabricaban las mejores esporas para garantizar la eficacia de las Bolas de Pocket.

        Tras agradecerle por la información y guardar el mapa del bosque, Amelia levantó a Junk tirando de sus esposas y se alejó sin más. Antes de abandonar el establecimiento ignorando algún silbido y comentario de mal gusto por parte de los ebrios en el pasillo, dos trozos de metal y una funda oscura se deslizaron girando por el suelo hasta rebotar contra los talones de sus botas: eran fragmentos de la hoja y la vaina de la espada Yamada.

        —Dale esto al Escoria de mi parte —le dijo el tabernero, guiñándole un ojo—. Dile que puede abrirse las tripas con eso cuando lo tiren a un pozo en Little Zeio. Créeme: le espera un destino peor si los prisioneros ahí se enteran de que ese Yamada mancilló el nombre de su clan al ser capturado. O si prefieres, confío en que Blackwood te dará unos cuantos gears de oro a cambio de eso.

        Amelia recogió los trozos de espada con cuidado de no cortarse y los guardó en la vaina curva que no podrían llenar. Al salir del bar en el árbol, los escoltas habían dejado de pelear y una niña era alejada de ahí entre lágrimas por su madre, que murmuraba algo así como «Malditos borrachos, siempre lo mismo». Hiraku casi se alegra cuando vio la vaina entre las manos de la piloto, pero rápidamente comprobó que faltaba la empuñadura de su espada y volvió a ensombrecer su semblante.

        —No te preocupes —lo consoló Junk mientras se alejaban de Dendrowth y retomaban el estrecho sendero de regreso a la aeronave—. Me encargaré de repararla y hacerte una mejor. Solo tienes que prometer que no vas a usarla para matar.

        Aunque intentó susurrarlo, Gareth lo oyó y echó a carcajear.

        —¿Y para qué crees que la use alguien como él? ¿Para limarle las garras a su bestia o como escarbadientes para sus colmillos? —se burló el atractivo soldado, que había arrancado no pocos suspiros entre las mujeres del pueblo, y ahora no pocos resoplidos fastidiosos de Amelia.

        —Ustedes dos ya hicieron suficiente —los regañó como si fuera la hermana mayor del grupo, aunque solo era más grande que Junk—. Al menos conseguimos lo que vinimos a buscar, así que ahora estamos nuevamente en manos de nuestro inventor estrella.

        —Siempre y cuando se enfoque en la investigación que lo trajo aquí en primer lugar —agregó Crixa, mirando receloso al muchacho de Scraptown—. El duque no te dio esa caja de herramientas para fabricarle espadas a un zeionés. Y, por si no estabas enterado, ningún herrero de Vernea tiene permitido hacer armas para el enemigo.

        —Hiraku no es el enemigo, es su compañero —Junk lo decía en voz bien alta quizás para poder escucharse a sí mismo al decirlo. En el fondo, quería creer eso.

        —No te confundas —musitó el hombre de azul mientras arrastraba los pies débilmente a través de la hierba alta, viendo ya a lo lejos entre la arboleda a la bien camuflada Vivi Brava—, solo estoy vivo porque al rey le conviene mantenerme con vida. En cuanto deje de resultarle útil, volveré a ser su enemigo.

        De regreso a la Vivi Brava, y quizás como respuesta a las caras largas que comenzó a ver entre todos a raíz de lo dicho por Hiraku, Amelia respondió con su mejor sonrisa luego de que Junk localizara en el libro las cinco entradas correspondientes a las especies de “hongos comehumanos” que les habían mencionado en el pueblo. Antes de que Crixa o Gareth se atrevieran a enfundarse en sus armaduras o que Hiraku sopesara el mandoble del caído Yelmo en su mano para acostumbrarse a un nuevo tipo de arma con la que ayudar en la misión, la piloto se paró en medio de la cabina de pasajeros y levantó el brazo con el pecho inflado, soplando con fuerza dos veces el silbato que pendía de su cuello. Tan pronto como lo hizo, una ráfaga de viento entró por la compuerta lateral adoptando rápidamente la forma de Talonflame, que se posó en su brazo y le picoteó el cabello cariñosamente.

        —No desperdiciemos energía si no es estrictamente necesario —aconsejó ella, sobrada de confianza—. Si lo que el libro de Junk dice es cierto, todas estas criaturas serán vulnerables contra el fuego y el viento de Talonflame. Él nos traerá lo que necesitemos del bosque, y nosotros podremos hacer guardia en la nave en su lugar. Estoy segura de que se sentirá más que contento de poder volar libremente por ahí durante un rato, ¿no, amigo? —Le preguntó al halcón rascando el plumaje en su pecho, y éste gañó con entusiasmo afirmativamente. Aunque normalmente solían discutir cada idea que tenía el otro, esta vez a todos les pareció genial la propuesta de la chica, y nadie opuso objeción alguna.

        Así, tras indicarle al halcón la ubicación y apariencia de los Parasect —tal era su nombre de acuerdo al libro, aunque en Dendrowth los llamaran “Crabos”—, éste levantó vuelo por sobre la aeronave y aceleró en dirección noroeste cargando entre sus garras con una canasta que, en menos de una hora, trajo de regreso repleta de aquellos enormes hongos parasitarios sobre los lomos de cangrejos sin vida de color rojizo. Junk le había pedido encarecidamente que no los chamuscara demasiado, pues podría vaporizar las esporas y volverlos inútiles, pero al parecer al halcón le había bastado con una buena corriente de viento para dejarlos fuera de combate. Eran al menos unos seis ejemplares, dos de ellos considerablemente grandes, y aunque todos estuvieron listos para celebrar el sencillo éxito en esa ocasión, el joven inventor tuvo una idea diferente.

        —Las esporas de Parasect servirán —dijo mientras machucaba un trozo de hongo con un mortero tomado de su caja de herramientas, cubriéndose los ojos con los goggles y la nariz y boca con una mascarilla para no respirar el polvillo—, pero podría hacer capturadoras mucho más efectivas si además empleamos las de Shiinotic y, especialmente, las de Amoonguss. Talonflame, ¿crees que podrías traernos algunos más? —Le pidió tímidamente al halcón de fuego, que todavía mostraba energía de sobra, pues los cangrejos parasitados no le habían supuesto desafío alguno.

        —No te abuses, Junk —le picó el hombro Amelia, entornando la mirada—. El tabernero nos advirtió sobre lo peligrosos que son los Amoonguss, además de difíciles de rastrear. Y los otros (imagino que te refieres a los que llamó “Lumin”) solo salen por la noche. ¿Pasaremos toda la tarde aquí hasta que anochezca solo para conseguir más esporas?

        —Vale la pena —asintió el joven, ignorando las miradas asesinas que empezaban a echarle Gareth y Crixa—. Parasect produce esporas comunes, muy potentes, y definitivamente más efectivas que los polvos somníferos de criaturas como las bolas pomposas de aire o las campanas predatorias orientales, pero comunes al fin y al cabo, que solo ponen al objetivo a dormir profundamente. En cambio, las de Amoonguss esparcen un veneno de moderada potencia que va debilitando al objetivo aparte de dormirlo, por lo cual aumentaría la efectividad de la captura. Con respecto a los Shiinotic, son los más interesantes de todos: porque en lugar de envenenarlos, sus esporas pueden inducirlos a un estado de confusión que evita que las criaturas capturadas salgan heridas. Es el método más eficaz e inofensivo al mismo tiempo, aunque psíquicamente pueda acabar dándoles algunos dolores de cabeza.

        —No te emociones tanto, enano —gruñó Gareth, arrebatándole el libro que abrazaba contra el pecho y hojeándolo rápidamente—. Puede que ese tipo les haya hablado sobre los peligros típicos del bosque, pero solo pudo transmitirles información sobre lo que conocía. Dudo que nadie conozca tan bien la noche, la gente de Dendrowth no tiene pinta de aventurarse por Foongu después del atardecer, y lo más probable es que le inventen cuentos sobre monstruos hongo fluorescentes para asustarlos y evitar así que se adentren en el bosque para hacer de las suyas. Siempre que los adultos inventan figuras así para intimidar a los niños, lo que realmente intentan es protegerlos de peligros mucho peores.

        Aquello detuvo a Junk, que nunca habría sospechado que ese tipo pudiera tener en la cabeza algo más que odio o vanidad. Amelia reflexionó algo similar, recordando la historia que el tipo les había contado para que Crixa le soltara la espada de Hiraku, y se preguntó con un nudo en la garganta si cada noche le contaría esa clase de historias sobre el bosque a sus niños solamente para prevenirlos de adentrarse demasiado y cruzarse peligros mucho mayores a las bestias con formas de hongos escurridizos. Sus ojos se posaron inconscientemente en el hombre de Zeio, que se limitaba a alimentar a Absol con algunas bayas, libre por fin de las esposas de su disfraz como prisionero, pero quizás no del todo libre realmente.

        —Hiraku —le dijo entonces, resuelta sin saber por qué—, ¿puedes pedirle a Charcadet que acompañe a Talonflame esta vez? Me preocupa que pueda salir lastimado si se acerca demasiado, y ese pequeño al parecer puede disparar fuego a distancia sin exponerse tanto al contacto directo con los hongos y sus esporas venenosas.

        —¡¿No escuchaste lo que dije, mujer?! —gruñó Gareth, sacudiéndola por el hombro—. ¡No podemos perder más tiempo en este lugar!

        —Será rápido —prometió Junk, juntando las manos delante del soldado—. No estaremos mucho tiempo cuando caiga la noche, con obtener un solo ejemplar para estudiar las esporas ilusorias de Shiinotic será suficiente para dar por concluida esta parte de la expedición. Vamos, no hay Onix en el bosque, y tampoco hay-- —Pero se contuvo a último momento, cuando la imagen del caballero decapitado apareció como un destello sombrío en sus recuerdos. Al final, no necesitó decir más, pues el Charcadet corrió entusiasmado y brincó sobre el lomo del ave roja. Talonflame no esperó el consentimiento del soldado; en cambio, miró de reojo a la piloto que se limitó a señalarle con resignación la ubicación de los Amoonguss en el mapa del bosque. Despegó tras un rastro de plumas ardientes con el pequeño como jinete.

        Mientras Crixa le daba palmadas en la espalda a Gareth y éste se estiraba la cara con las manos, Hiraku dejó a Absol descansando en el sillón y se acercó al monstruario, donde Amelia ahora se ocupaba de revisar la sala de máquinas para asegurarse de que todo estuviera en óptimas condiciones técnicas para el próximo vuelo.

        —Ese pequeñín tuyo es todo un temerario, ¿eh? —dijo ella con una sonrisa al escucharlo llegar, mientras cambiaba los filtros y ajustaba las válvulas de seguridad de la caldera del motor.

        —No es mío, y no necesito pedirle que haga nada —replicó con calma el zeionés, aunque algo en su aura resultaba más sofocante que el vapor que inundaba la sala de máquinas. Tal vez se le había contagiado un poco de esa cualidad siniestra de Absol—. Ya ves que las bestias pueden decidir por su cuenta con mayor autonomía que muchas personas.

        —Si vas a echarme en cara lo que pasó en el bar, te recomiendo que lo hagas rápido o esta cosa se va a poner a silbar en cualquier momento. ¡Uy! —Dicho y hecho, con girar la tuerca más de la cuenta un pistón se salió y el orificio de la válvula comenzó a exhalar un agudo silbido con un chorro de vapor que la piloto esquivó por los pelos, girando la llave rápidamente para cerrarlo nuevamente y volver a sumirse en el arrullo apaciguado del motor. Se giró sobre su hombro y vio a Hiraku ahí, tan quieto como una estatua y tan vivo como un furioso escultor despojado de su cincel.

        —¿Por qué lo permitiste? —dijo él, con la tos y los estornudos de Junk al otro lado del vidrio templado mientras trabajaba en los hongos parasitarios—. Tu negociación con ese hombre me quitó lo más valioso que tenía. ¿Por qué no pudiste ofrecerle tu nave, si tan desesperada estabas por recibir información sobre el bosque?

        —¿Y por qué me lo reprochas a mí exactamente? —arqueó una ceja la piloto, moviendo la cabeza en dirección a la cabina de pasajeros donde Gareth y Crixa probaban blandir el mandoble oscuro del Yelmo—. Esos dos entregaron tu espada, no yo.

        —Porque si tuviera que reprocharle algo a ellos, tendría que matarlos como maté al otro.

        —Te agradezco la oportunidad, entonces —sonrió ella con ironía, y se acarició el cuello con un dedo trazando una línea horizontal—. ¡Respirar es sensacional! ¡Qué alivio saber que en esta nave también viajan nobles caballeros!

        La mano de Hiraku se apretó contra su boca, y la cabeza de Amelia golpeó la caldera. La joven piloto sintió el latón quemándole la sien y la fría piel del zeionés helándole la sangre mientras las pupilas de sus ojos, casi tan claras como las escleróticas, revelaban un par de agujeros negros y diminutos que la miraban con mayor violencia de la que jamás hubiera esperado de su parte hacia ella.

        —Tú manejas aeronaves, no yo —la voz de Hiraku sonaba casi serpenteante, arrastrando las palabras con dificultad más allá de sus colmillos inyectados en veneno—. Créeme: sin tus alas caerías más rápido de lo que rodó la cabeza de ese tipo lejos de su cuerpo.

        Hiraku recién la soltó cuando sintió los gruñidos y forcejeos del pequeño perrito que tironeaba de su hakama. Amelia se agarró el cuello y luego llevó su mano a sus labios, comprobando que el aliento todavía salía de su boca. Sus ojos desencajados no podían abandonar los de Hiraku, pues temía que, de hacerlo, éste la asesinaría antes de que pudiera ver a la muerte llegar. El hombre se apartó un poco, esquivando al pequeño Rockruff que saltó a brazos de la chica y le llenó el cuello de lamidas.

        —¿Sabes algo? Los hombres como ustedes están mejor sin sus armas. ¡O muertos! —le soltó Amelia sin poder disimular su rabia y frustración—. El tipo sin nombre era un cretino, pero tú… Tú estás mejor sin esa espada. Me parece un intercambio justo del destino.

        —No tienes idea de lo que significa —Hiraku le dio la espalda.

        —No tiene por qué importarme, solo es un arma y nosotros solo somos peones de Nova Haven —ella no dejaría la discusión zanjada tan fácil, y levantaba cada vez más la voz para que los demás pudieran escucharla mientras perseguía al zeionés a través de la sala de máquinas y del monstruario, despertando al Manectric adormecido bajo el árbol y al Gligar que pendía de la rama dado vuelta.

        —Por favor, peleen afuera todo lo que quieran —murmuró un encorvado Junk, encimado en su improvisada mesa de trabajo sobre la caja de herramientas que prácticamente había vaciado, levantando una muralla de elementos y herramientas de toda clase a su alrededor en un rincón de la cabina de pasajeros—. Necesito concentrarme con esto.

        —Si quieres estar cómodo y tranquilo te encierro en la caldera cuando gustes —le gruñó Amelia—. ¡Esta es mi nave, que no se te olvide!

        Talonflame y Charcadet recién regresaron con el botín durante el atardecer, cuando los ánimos caldeados se habían disipado lo suficiente como para que la Vivi Brava no estallara por los aires a causa de las peleas entre sus tripulantes. Junk olvidaba fácilmente su condición de prisionero cuando se enfrascaba en su trabajo y le gritaba a cualquiera que perturbara sus pruebas, sin importar si le gritaban más fuerte o le presentaban una espada en la sien como respuesta. Hiraku se había dormido en el monstruario, como si se sintiera más parte de ese mundo que del de pasajeros, incluso cuando Absol pareciera bastante cómoda entre los humanos, mientras que Amelia se quedó sentada de muy mal humor frente al tablero de mando, dejando que la suave voz del Castform que flotaba a su alrededor la reconforte. Gareth y Crixa estaban cortando algunos troncos con el mandoble del Yelmo fuera de la nave cuando dieron aviso a los demás del arribo del ave y el cadete de fuego.

        —¡Fantástico! —Junk saltaba de la nave y abrazaba el canasto repleto de unos hongos enormes con los ojos en blanco y los labios rechonchos abiertos en forma de oes. Estaban ligeramente chamuscados, pero no tanto como para quedar obsoletos, y el chico de Scraptown felicitó al halcón chocando sus cincos con su ala, y al pequeñín dándole palmaditas en la cabeza sin quemarse, pues llevaba puestos sus gruesos guantes de cuero para trabajar.

        Esta vez, el halcón estaba más exhausto y con el plumaje cubierto de un polvo verdoso que se sacudía como si le produjera urticaria. En cambio, Charcadet estaba radiante, como si nada lo hubiera tocado durante aquella pequeña incursión en Foongu. Amelia pensó que Talonflame era un niñero bueno y responsable, y se sintió orgullosa de él. Miró a Hiraku de reojo mientras recibía al pequeño soldadito de fuego que corrió dentro de la Vivi Brava para presumir su hazaña con los demás monstruos, y creyó ver una sombra de sonrisa en su rostro pálido antes de desvanecerse dentro del vehículo.

        Antes de caer la noche sobre el Bosque Foongu, todos eran ya conscientes de que el ave de fuego estaba demasiado agotada como para protagonizar una tercera expedición de recolección de hongos, por lo que no quedaría otra opción más que buscar por su cuenta a los Shiinotic con los que Junk se había obsesionado tanto. Esta vez acordaron que él y Amelia permanecerían en la Vivi Brava, cuidando de ella, mientras que Gareth, Crixa y Hiraku se adentrarían en el bosque escoltados por Gligar, Absol y Charcadet. Manectric se encontraba demasiado débil todavía, y Junk opinó que acabaría volviéndose más una carga que una ayuda para el grupo. Tras cenar temprano un guiso de verduras y setas con un poco de carne al estofado, los soldados se calzaron sus uniformes, además de máscaras de gas que Amelia tenía como parte del equipo de emergencias de la nave y que todos convinieron que serían incluso más necesarias que las armaduras. Dejaron la nave cuando la luna brilló con más fuerza en el reflejo del mar, y se perdieron entre la arboleda con dirección al noreste.


        Continuará…

        Comentario

        • Dickwizard
          Mage of Flowers
          SUPAR PRUEBA
          • dic
          • 16

          #19
          Una parte de mí pensaba que habría dos capítulos en lugar de uno.
          Por ridículo que suene, empiezo a shippear fuerte a Hiraku y a Amelia. Tal vez sea porque Junkun se ve demasiado kun para la oneesama y Hiraku tiene esa onda de bishie edgy. Y una Absol. Principalmente la Absol.

          Ya know, algo que odio mucho, mucho en los fanfics es cuando el autor empieza a describir un Pokémon con lujo de detalle. “Un reptil anaranjado que camina erguido, con el vientre amarillo, cuello largo y delgado con una cabeza que termina en dos cuernos cortos, brazos delgados de tres garras, patas cortas igualmente con tres garras, un par de alas verde oscuro por dentro y una larga cola rematada con una llama”. Para que después el próximo personaje diga CHARIZARD USA LANZALLAMAS. Como si el lector nunca hubiera visto un puto Charizard en su vida, y no pudiéramos hacernos una imagen mental perfecta solo con el nombre.

          Es un comentario tangencial, en todo caso. Solo me vino a la cabeza cuando empezaste a nombrar los hongos y trataba de adivinar cuál era cuál.

          Me gustó el capítulo. Luego de uno intenso como el anterior, hacía falta bajar un poco la velocidad, y nerfear un poco al amarillo que anda rotísimo, kinda. Me encantó el detalle de que parecía más indignado que preocupado de quedarse sin espada, porque tan pronto regresan a la nave, agarra el mandoble del Awelo y ni Crixa ni Gareth que andaban de machitos en el bar se atreven a decirle nada. Algo que no le funciona tan bien a Junk. El niño ya se acostumbró tanto a su condición de prisionero que se le olvida y empieza a actuar como el dueño del lugar. “Calladitos mientras estoy trabajando”. “No te preocupes chino, yo te hago otra escapada después”. “Meh, quiero mejores hongos, vayan de regreso al bosque”. Es genuinamente divertido y ayuda a bajarle la tensión a todo el asunto mientras la pobre Amelia se niega a aceptar que es la persona con menos poder dentro de su propia nave.

          Tanto Crixa como Gareth tuvieron algo más que hacer acá. No me caen mal y da gusto ver que no están ahí solo para hacer bulto y servir de grilletes simbólicos en un cast que fuera de ellos es heroico. Al final los dos idiotas tampoco están aquí porque quieran hacerlo, escoltando a dos “criminales” y una excéntrica a naturaleza salvaje que los puede matar en cualquier momento. Si uno lo piensa, Hiraku está más cómodo acá que entre la gente de un país que lo detesta por existir, Amelia tiene más espíritu aventurero y Junk está donde quiere, investigando y perfeccionando sus invenciones aunque sus circunstancias no sean ideales. En cierto modo, los dos enviados del gobierno son más prisioneros que nadie más a bordo.

          Also, buen detalle que primero ahondamos en el odio racial cultivado tras años de guerra entre un pueblo y otro, en el que los humanos son tratados como bestias por otros y ambos lados son igualmente violentos, mientras que tenemos escenas sutiles en la Vivi Brava con los Pokémon conviviendo en armonía, cuidando unos de otros y mostrando camaradería que roza en lo familiar sin importar sus distintas especies. Es un contraste muy curioso y al mismo tiempo acertado. Si bien en capítulos anteriores hemos visto la naturaleza violenta de los Pokémon, e incluso en este nos recuerdan una y otra vez lo peligroso que son los hongos, estas mismas criaturas son libres del odio tribal que caracteriza el conflicto humano. Tal vez porque los mismos Pokémon han sido, ya sea esclavos de esos humanos, o tratados con amor y respeto por los mismos. Tal vez porque nunca se les instruyó en los mismos prejuicios. O tal vez el bosque champiñón nos dé una oscura sorpresa de noche.

          Nos vemos

          Comentario

          • Tommy
            TLDR?/A tu vieja le gusta
            SUPAR PRUEBA
            • dic
            • 62
            • 🇦🇷 Argentina
            • Buenos Aires

            #20
            En el capítulo de este mes se terminan las aventuras por Foongu (aunque no será el último bosque inquietante que visiten personajes de mis fics en esta historia, pues debo honrar las viejas costumbres), y me pone muy feliz publicar finalmente lo que no solo me parece un capítulo divertidísimo de escribir, sino el preludio a una serie de otros tantos que para mi se van a poner incluso mejor de cara al final de este primer arco.

            Respondo al bueno de Horla (¿cuántos nicks distintos vas a tener hdp? xD!!) y continuamos con las steampunkventuras más locas del foro.



            ---

            Capítulo 07: Las garras de Morfeo

            Allí, en medio de la oscuridad, observaron atentos la guía de las tenues luces que comenzaron a encenderse alumbrando parte del Bosque Foongu. Desde la Vivi Brava, tanto a Amelia como a Junk les costó apartar la vista cargada de incertidumbre a través del parabrisas, incluso si sus ojos ya no conseguían divisar a ninguno de los hombres. Mientras Talonflame dormitaba sobre la rama del árbol del monstruario y Rockruff se acurrucaba contra Manectric, el ambiente se llenó con el ruido de los grillos y el vuelo brillante de las luciérnagas.

            Todo lo ruidosos que eran los insectos en la noche de Foongu lo eran silenciosos los pasos que seguían de cerca al tridente de soldados, ya muy adentrados en el bosque. Gareth portaba el mandoble del Yelmo, pues era más alto que Crixa y le resultaba ligeramente más fácil de transportar que a éste. Hiraku, desarmado, se amparaba en el herido filo de su Absol, que había insistido en ir con ellos presumiéndose más fuerte de lo que estaba en realidad. Y al frente de ellos, Charcadet apuntaba hacia adelante e iluminaba con el fuego en su cabeza la silueta del Gligar que planeaba de rama en rama bajo las copas de los robles. Su llama era todavía muy débil como para que su luz alcanzara los rincones en penumbras desde los que comenzaban a ser acechados.

            —Me preocupan esos dos —murmuró Amelia cuando Junk regresó a su taller improvisado para continuar ensamblando piezas—. Se sirvieron a Hiraku en bandeja de plata.

            —Puedes ir a vigilarlos si quieres —comentó el de Scraptown al cabo de unos segundos, y Amelia resopló.

            —Y dejarte carta libre para escapar, claro que sí.

            —¿Estás de acuerdo con que siga siendo un prisionero entonces? —Junk no la miraba, y la piloto se preguntó si estaría tan molesto con ella como lo estaba Hiraku. Hasta ese día, no se había planteado de qué lado del grupo estaba realmente, y aunque había intentado congeniar con el pobre chico encadenado a esposas y grilletes, lo cierto era que seguía respondiendo por Nova Haven. Después de todo, solo formaba parte de su trabajo como piloto.

            —No —reconoció finalmente, con la incómoda satisfacción de reflexionar sobre ello para poder olvidarse de su miedo por lo que pudiera ocurrirle a los hombres adentrándose en el bosque nocturno—, pero no soy yo la que debe decidir por tu libertad. Solo puedo limitarme a hacer mi parte lo mejor que pueda: si vuelo rápido con Vivi, más rápida será tu liberación.

            —Lo siento —suspiró Junk—, no debería hacerte elegir entre ser una buena trabajadora o una traidora al reino. Es solo que… Ya sabes, no es como si yo hubiera tenido mucha elección desde un principio —A medida que sus palabras se arremolinaban entre su lengua y sus dientes, Junk sentía cada vez más asfixia y agobio. Quizás por el efecto irritante del polvo de esporas flotando sobre su mesa de trabajo sentía que, lejos de adormecerse, sus nervios se enervaban—. Unos elijen luchar, otros servir, otros volar. ¿Qué elección tengo yo en todo esto?

            Amelia hundió las manos en los bolsillos de su corta chaqueta de cuero hasta que le pesó en los hombros. No quería que la escuchara arañándose las palmas de las manos apretando con fuerza sus uñas en dos puños cerrados. Agradeció, incluso, que no viera cómo sus ojos se humedecían rápidamente tras recordar una vez más que estaba hablándole a un chico de catorce años cuya débil voz iba y venía entre el metálico murmullo de las cadenas que lo ataban como si fuera otra bestia. Ese niño no era ninguna bestia, ni tampoco un prisionero de guerra. Nada le había hecho a nadie, y sin embargo ella había aceptado como algo natural que ya varias veces le hubieran presentado afiladas hojas a su cuello solo por pensar en su propia libertad.

            Tuvo que salir a tomar aire porque sentía que se asfixiaba, y porque temía que Castform delatara su condición convirtiéndose en una gota de lluvia. Rockruff la escoltó adormecido apenas escuchó sus pasos sobre la rampa de abordaje.

            —Estoy bien, quédate en la nave y vigílalo —le dijo al can acariciando cariñosamente el mullido pelaje blanco alrededor de su cuello.

            Rockruff agachó las orejas y regresó cabizbajo, dividiendo su guardia entre el chico que trabajaba sin descanso al final de la cabina de pasajeros y la chica que se recostaba contra un árbol y encendía un cigarrillo que apenas y alumbraba una porción de aire y pasto a su alrededor. Las luciérnagas se dispersaron por el fuego encendido. El viento no mecía las hojas ni el humo que ascendía por sus labios en dirección contraria a sus lágrimas. Siguiéndolo, sus ojos buscaron alguna estrella en el cielo despejado sobre el claro, pero ellas también se ocultaban.

            —Espérame —le susurró a la noche de Vernea esperando que, si no era el viento, al menos el humo llevase sus palabras hacia algún lugar lejano.


            Dentro de la Vivi Brava, hacía ya rato que Junk finalizaba su investigación con las esporas de Parasect y Amoonguss. Y aliviado por la inocente mirada de Rockruff al otro lado del pasillo, se limitó a enroscar dos frascos de vidrio tubulares a un compartimento de acero atornillado a un mango de cedro. Sus ojos perdidos en algún lugar bajo el polvo de esporas, la humedad del vapor y el cristal de los goggles se enfocaban con atención en las páginas del libro abierto que mostraban la precisa ilustración de varios peces asomando fuera del agua.


            Los tres hombres y las tres bestias avanzaban a través del pastizal entre las altas torres de madera que eran los árboles hacia el noreste de Foongu. La humedad era tal que una tenue neblina discurría entre los troncos, y la densa espesura en las hojas de las copas hacía imposible divisar el negro cielo sobre sus cabezas. Hiraku iba bastante más adelante que los otros dos, que mantenían una distancia prudencial guiados por la tenue luz de la llama en la cabeza del Charcadet que iba sobre el lomo de Absol. Sobre ellos, sigiloso y cauto, Gligar planeaba de rama en rama enganchándose con sus pinzas e impulsándose con su larga cola de escorpión, dejando que la débil brisa arrastre su vuelo como otra hoja más desprendiéndose de los árboles.

            —No pienso matarlos, si eso les preocupa tanto —murmuró el zeionés mirando al frente, cuando las pisadas de Gareth y Crixa llegaban cada vez menos a sus oídos—. Les recuerdo que estoy desarmado, y que ustedes incluso portan el mandoble del otro.

            —Esas bestias son tus armas —señaló Gareth, que descansaba el pesado mandoble de hierro sobre la hombrera de la armadura.

            —¿Debería preocuparme también por tu Gligar, entonces?

            —No —le sonrió el soldado—. Mientras no intentes nada estúpido.

            Hiraku asintió sin detenerse.

            —Haku y Muryo tampoco serán armas si ustedes no hacen nada en mi contra.

            —Muryo… —repitió Crixa en voz baja. Rápidamente comprendió que se refería al Charcadet que alumbraba el camino más adelante.

            —Significa “Libre” —se limitó a explicar Hiraku—. Si no se empecinaran en ponerles esos collares e inyectarles veneno en los cogotes para doblegarlos, probablemente las bestias se entenderían mejor con ustedes.

            Gareth sacudió la mano en el aire como para disipar la gravedad que exhalaban sus palabras.

            —Gligar no tiene problemas con eso —aseguró—. Algunos como él hasta se hidratan con el veneno.

            —El Doktor Lazarus cree que, lejos de debilitarlos, los fortalece —añadió Crixa, que había seguido con interés los postulados del hombre de progreso de mayor confianza del rey. Hiraku chasqueó la lengua.

            —¿Y sobre cuántos muertos tuvo que pararse para afirmar eso?

            Detuvo sus pasos tan pronto como oyó la rama partiéndose sobre su cabeza. Instintivamente se echó hacia atrás y levantó la vista, anticipándose a un ataque en picada del Gligar por hablar mal sobre su proveedor de sustancia, pero el escorpión alado cayó tendido en la hierba como un peso muerto. En su lugar, en las alturas, una bestia de pelaje blanco y negro tomaba entre sus manos el duro melón que había usado como proyectil, listo para descargar su peculiar artillería sobre ellos con una voltereta sobre la rama subsiguiente.

            —¡Cuidado! —le advirtió a Crixa a Gareth, empujándolo hacia un lado y dejando pasar zumbando el esférico que rebotó con un fuerte estruendo sobre el tronco de un árbol antes de regresar nuevamente a las manos del primate que se precipitaba sobre ambos. La criatura parecía un lémur tan grande como un gorila, y tanto sus ojos rojos como su morro terminado en ganchudos colmillos babeantes como su gruñido agudo mientras se erizaba enroscando su larga cola en el balón natural indicaba una sola cosa para todos: peligro.

            —¿Eso les parece un hongo? —gimoteó Gareth poniéndose de pie rápidamente para repeler un feroz envite del proyectil, que se estroló sobre su escudo antes de regresar una vez más a las manos del ágil monstruo receptor, que ya corría en su contra y pegaba un salto para descargar otro ataque sobre sus cabezas.

            —Haku —atinó a decir Hiraku, y como si su nombre activara un chip oculto en algún lugar de su memoria muscular, Absol se interpuso a toda velocidad entre la trayectoria del proyectil y el rostro de Crixa, tiñendo de negro la hoz en su cabeza y reforzando su maltrecho filo por una hoja el doble de larga, sacudiendo su cuerpo hacia abajo y lanzando un corte tan certero que dividió en dos mitades idénticas la fruta, que se desvió hacia los lados hasta perderse más allá de la arboleda a sus espaldas.

            El primate clavó sus talones y nudillos en la tierra con el rostro desencajado mientras la bestia de la guadaña asumía posición de combate desafiándolo delante de los humanos. ¿Acaso estaba al servicio de ellos? Jamás había visto algo semejante, pero sus sentidos estaban de por sí lo suficientemente alterados como para detenerse por la impresión, y con un aullido rabioso se echó a correr cargando un topetazo sobre Absol. En su camino se interpuso Crixa, aguantando el choque con el escudo en su antebrazo. Gareth blandió el mandoble con ambas manos, trabando sus músculos y girando por el otro lado para asestarle un corte al simio que apoyó las patas sobre el escudo y se impulsó hacia atrás con una voltereta, eludiendo el arma que acabó enterrándose entre dos piedras junto a un árbol. Haku lanzó un mordisco al mono, pero éste la eludió y se la sacó de encima con un coletazo al tiempo que se lanzaba nuevamente para atacar al hombre que inútilmente intentaba arrancar el arma de las piedras para seguir peleando.

            —¡Te dije que era mala idea traer esa cosa! —le reclamó Crixa, desprendiéndose la correa de la espalda y arrojándole una segunda espada a Gareth, mucho más liviana—. ¡Solo el desquiciado sin nombre podía usarla bie--!

            ¡Clank!

            El reclamo de Crixa no llegó a sus oídos, pues Gareth apenas atinó a desenvainar parcialmente la espada que acababa de arrojarle, y las garras del mono rasgaron la hoja de acero causando un estruendo de metal que ahuyentó a una bandada de cuervos de las copas de los árboles. Hiraku fue el único en percatarse de aquello: probablemente las aves estuvieran a la espera de su alimento nocturno predilecto. Decidió que no les daría el gusto, y corrió sobre el simio con sigilosos pasos, arrancando el mandoble de la tierra y la piedra con los brazos en alto mientras los dos soldados eran sujetados por el cuello por la bestia enajenada. Crixa atinó a hundir un cuchillo que sacó de su tobillera en un costado de la bestia, pero el puño se cerró con tanta fuerza alrededor de su cuello que pensó que le explotaría la cabeza un segundo después. Y sin embargo, lo único que explotó fue la dura baya hueca que el primate usaba como casco para protegerse. El cuerpo del simio desapareció bajo la ancha hoja aplanada del mandoble que el de Zeio hizo descender como un robusto mosquitero sobre él, aplastándolo contra el suelo bajo todo el peso de su hierro.

            —No es él —advirtió Hiraku antes de que Gareth pudiera quitarle la vida al agresor con la espada que Crixa le había pasado, deteniéndolo en seco con una mano en alto mientras la otra presionaba firmemente el mandoble contra el cuerpo aturdido y debilitado del primate. Se agachó con cuidado apoyando un pie sobre el brazo del mono y levantó un párpado para confirmar que su ojo estaba completamente teñido de un fuerte tono violáceo, con las pupilas dilatadas y el morro olfateando el aire desesperadamente—, está bajo el efecto de la confusión. Deben ser las esporas hipnóticas de las que nos habló Junk.

            —Quiere decir que no debemos estar lejos —a Crixa le resultaba casi tan difícil hablar como mantener firme la espada entre sus dedos, pues la adrenalina hirviéndole la sangre y acelerándole las pulsaciones todavía estaba fuera de control. Gareth guardó su espada con un “Tsk” antes de correr junto al Gligar caído, levantándolo en brazos y asegurándose de que todavía respirase.

            —Menos mal que solo era uno —atinó a decir viendo el enorme chichón entre las puntiagudas orejas del alacrán volador. Un segundo después se arrepintió de haberlo hecho, pues un coro de aullidos distantes creció en las entrañas del bosque, junto con el inquieto agite de los troncos y las copas de los árboles a través de los cuales una horda parecía aproximarse a toda velocidad.

            —No tenemos oportunidad contra tantos —aseguró Hiraku, arrojando el mandoble al suelo antes de agacharse junto a Haku, que había recibido un duro coletazo en el rostro y tenía un hilo de sangre entre los ojos. Intentó cargar a la bestia sobre su hombro para llevarla a cuestas, pero Absol, orgullosa, se puso de pie por sus propios medios y se alejó con un gruñido mostrando lo fuertes que se encontraban sus patas todavía. El zeionés suspiró y se volteó hacia los soldados—. Guarden sus espadas y corran.

            Gareth lo dudó un segundo más que Crixa, mirando el mandoble caído con inquietud, pues se trataba de un arma valiosa y el único rastro de aquél al que Hiraku había asesinado a sangre fría en Wreckstone. Sin embargo, el coro de aullidos salvajes acercándose peligrosamente desde el sudeste lo hizo recapacitar, y cargando a Gligar en sus brazos corrió tras sus compañeros siguiendo el faro de luz en la cabeza de Charcadet, guiándolos hacia las entrañas de Foongu.

            No se detuvieron cuando los primeros proyectiles llegaron desde las alturas, impactando contra rocas y troncos y sacudiendo árboles por la potencia con la que aquellas bayas sólidas eran arrojadas. Tampoco lo hicieron cuando algunas arañas de patas amarillas y púrpuras se interpusieron en su camino tejiendo telarañas para aprisionarlos, saltando sobre sus hilos viscosos y cortándolos con sus espadas finas para esquivarlas a tiempo, con la esperanza de que quizás ellas pudieran encargarse de la manada de primates. Corrieron incluso mucho después de que sus piernas les comenzaran a doler, cuando el aire ya no les llegaba apenas a los pulmones, y cuando el sudor empapando sus rostros en el húmedo corazón del bosque les nubló tanto la visión que dejaron de ver el fuego del monstruo adelante.

            La luz de la luna y las estrellas no llegaba ahí, pero ya tampoco los ruidos amenazantes de la periferia. No alcanzaron a ver a los simios armados que les dieron caza esa noche, ni a las arañas ni a ninguna otra criatura buscando su muerte. Y aunque aquello alivió a Crixa y Gareth, a Hiraku solo lo preocupó más. Se echó los mechones de cabello que caían sobre su frente hacia atrás con una mano y entornó la mirada, agachándose sobre el fuego de Charcadet y acariciándole la espalda para tranquilizarlo, pues temblaba sin parar con la mirada fija en un punto distante. A través de la llama oscilante pudo verlo más allá entre los troncos: la silueta de un monstruo alto y delgado que se mecía como un espejismo, deslizando largos tentáculos al ras del pastizal a través del cual comenzaba a soplar un viento enrarecido que elevaba brillantes motas de luz alumbrando todo lo que el dosel arbóreo no podía.

            —Quietos —les advirtió a los hombres que con cada movimiento de sus cuerpos hacían rechinar sus armaduras blancas—. Muryo, necesito que te prepares.

            Charcadet temblaba como una hoja al viento. Sin embargo, tomó todo el aire que pudo y su cabeza asintió una sola vez con convicción. Absol, a su lado, esbozó una sonrisa desafiante mientras sus rojas pupilas se encogían: era la que mejor se manejaba en la oscuridad, y podía ver con claridad no solo a la criatura que acechaba silenciosa entre las sombras de los árboles, sino a muchas otras como ella un poco más alejadas, meciéndose como si estuvieran sumergidas en el oleaje marino manteniendo las membranas en sus anchas cabezas apagadas para no ser detectadas por los humanos. Pronto, una nube de esporas brillantes envolvió todo a su alrededor. Sintió la caricia de aquellas luces ablandándole los músculos, y las apartó con un corte de su hoz en el aire antes de desvanecerse por culpa de ellas. El pasto se removió un poco hacia el frente, y una criatura diferente apareció dando alegres saltitos deslizando sus dedos largos y delgados al ras de la tierra: era un hongo vivo e inquieto, de eterna sonrisa vacía acompañada por dos ojos inexpresivos, con un sombrero lila que emitía una luz fluorescente de un intenso rosa. Ante su presencia, las esporas lumínicas comenzaron a parpadear, como si les advirtieran del peligro inminente.

            Shii, noo... —canturreó la criatura ladeando un poco su cabeza, como si no hubiera visto humanos en mucho tiempo por su territorio. Su voz era aguda y áspera como la de un anciano moribundo, y aunque sus palabras fueran escasas e incomprensibles, el fuerte brillo sobre su cabeza pareció querer decirles mucho más. Pero no les hablaba a ellos, claro, sino a todos sus compañeros que, como él, se acercaron entre saltitos y alegres cánticos del bosque invocando un auténtico cosmos de esporas parpadeantes. Crixa, Gareth y Hiraku dejaron de respirar, y sintieron un truculento cosquilleo enroscándose en sus tobillos.

            Muryo, el pequeño Charcadet, sintió un pánico apoderándose de él tan pronto como sus piernas flaquearon por el efecto de las esporas, y soltó un chillido de terror haciendo crecer la llama en su cabeza como una columna ardiente que hizo retroceder a los Shiinotic justo antes de poner sus manos al frente y comenzar a disparar bolas de fuego contra ellos, devorándose a las esporas en el proceso. Fue entonces cuando Haku, la Absol, aceleró entre la maleza agachando su cabeza para perderse de vista, y extendiendo su cuerno afilado comenzó a cortar los dedos de aquellas peculiares criaturas, que se hundían bajo tierra y crecían por debajo de los tobillos humanos. Los hongos vivos chillaban de dolor y borraban las sonrisas en sus rostros, agachando sus sombreros hasta desaparecer tras ellos y disparando flashes de luz cegadora que repelían a la bestia de sombras.

            —¡Mierda! —Gareth se arrancó una raíz del tobillo levantando la pierna y cortándola con su espada cuando sintió una aguja clavándosele en la piel a través de ella. Paralizados de miedo como estaban, sin querer alertar a más depredadores ni inhalar las esporas en el aire, habían descuidado sus pies apresados ahora por aquellas radículas—. ¡Gligar, basta de holgazanear! —Y, jalando con su mano de la cadena alrededor del cuello de su monstruo achichonado, soltó una descarga de Gota en su sangre para revitalizarlo con la eficacia que un shock eléctrico jamás habría podido conseguir. El murciélago se levantó de un salto sobre su hombro y levantó vuelo con los ojos teñidos de púrpura, afilando sus garras, colmillos y aguijones al detectar a las plantas inquietas a su alrededor—. ¡¡Córtales la cabeza!!

            —Mejor que controle las llamas —le advirtió Hiraku en voz baja antes de dirigirse nuevamente a Charcadet—. ¡Muryo, necesito que nos rodees por un aro de fuego!

            Pero el pequeño cadete solo atinaba a disparar con los ojos apretados al frente, quemando un camino del que los Shiinotic ya se habían apartado concentrándose en encandilar y aturdir a la Absol más allá. El de Zeio chasqueó la lengua y avanzó hasta el Charcadet, sujetándolo con firmeza por la cintura y levantándolo por los aires sin que deje de expulsar su metralla de ascuas por las manos, dando un rodeo y encendiendo así un muro de llamas alrededor que consiguió mantener a raya a las plantas andantes.

            Gligar volaba en círculos sobre ellos y lanzaba tajos con sus ganchudas garras, invocando la fuerza del viento con su aleteo y formando ondas de aire cortante que peinaban los sombreros bioluminiscentes de los Shiinotic, apagándolos definitivamente y haciéndolos rodar lejos de Haku, que repelía a los que podía, a ciegas, lanzando zarpazos con sus garras oscuras mientras era envuelta por un torbellino de esporas incandescentes.

            —¡Despeja las esporas! —ordenó Gareth a su Gligar, que voló sobre Absol y batió sus alas con todas sus fuerzas para disipar aquellas que la atontaban.

            —Gracias —asintió Hiraku ante el gesto de su compañero, pero éste se quitó su gratitud de encima como limpiándose la mugre de la armadura.

            —Si esa bestia puede mantenernos con vida, sería estúpido de mi parte dejar que cayera ahora —gruñó el soldado de Nova Haven, aunque por dentro se sentía aliviado de que Gligar todavía pudiera combatir para ellos. Entonces, un grito desesperado lo sobresaltó, y algo chocó contra sus piernas desestabilizándolo—. ¡¿Qué te pasa, Crixa?!

            —¡¡Ahí llegaron, llegaron!! ¡¡Son enormes!!

            Crixa tenía los ojos tan abiertos que Hiraku pensó que podrían salírsele de las cuencas. Se arrastraba entre la hierba, retrocediendo hasta que el aro de fuego que los protegía comenzó a quemar el acero de su armadura, con su brazo extendido apuntando más allá del fogón, pero ni Hiraku ni Gareth consiguieron ver lo mismo que él estaba viendo, encorvado, asomando entre el crepitar de las llamas. Era una bestia de más de tres metros de altura, con piel verde y picos rojos creciendo en su columna vertebral. Tenía garras ganchudas del mismo color asomando bajo su cuello terminado en pétalos de escamas, y el aspecto feroz de un terópodo que respiraba las esporas y las llamas como si fueran inofensivas.

            —¡Crixa, contrólate! ¡Es el efecto hipnótico de las esporas! —advirtió Gareth, pero Crixa ya había empuñado su espada y arrojó estocadas al aire levantando brasas ardientes. Estuvo muy cerca de cortar a su compañero, que tuvo que alejarse hasta el otro extremo del anillo ígneo que ya no se sentía tan protector para con ellos.

            La bestia más allá de las llamas, agazapada sobre sus vigorosas patas traseras como un depredador jurásico, sacudió su larga cola ante el pavor de Crixa, que veía cómo su piel atravesaba el fuego sin quemarse, moviendo su espada de un lado al otro como si su hoja estuviera hecha de papel y no de acero. El joven soldado raso no entendía qué sucedía con su cuerpo ni con su entorno, y no podía sentir el calor expandiéndose por su espalda, derritiendo su armadura y abriendo un agujero en la tela de su malla hasta lamer su piel. Recién entonces dejó escapar un desgarrador grito de dolor, lanzándole su espada a la ilusión proyectada entre sus ojos. La hoja giró por el aire atrapando algunas llamas al cruzar el aro de fuego y se clavó en un árbol del otro lado, iniciando un tímido incendio que rápidamente se envalentonó. Hiraku lo tomó por los hombros antes de que se adentrara completamente en las llamas y se quemó las manos con el acero al rojo vivo de la armadura.

            —¡Muryo, absorbe las llamas! ¡Gareth, dile a Gligar que controle ese incendio o tendremos a todo Dendrowth sobre nosotros en cualquier momento!

            Pero Gareth no lo escuchó, pues había decidido que el terror y el sofocante calor que los envolvía eran demasiado como para aguantarse la respiración. Las esporas se metieron en sus canales respiratorios y alteraron todos sus sentidos, pero lejos de sumirlo en un sueño profundo, lo sacudieron desde los tobillos por una vertiginosa pesadilla que invocó rápidamente toda clase de reptiles verdosos correteando entre las llamas a su alrededor, haciendo temblar la tierra mientras le dedicaban medias sonrisas torcidas y llenas de ganchudos colmillos.

            Charcadet corría en círculos acariciando el fuego con sus manos para regresar las llamas a su cuerpo como si se diera un baño con ellas, y Gligar volaba junto al árbol que ardía desde la herida provocada por la espada de Crixa invocando una ráfaga de viento que solo parecía expandir más el fuego. Desesperado, el murciélago pisó tierra y convirtió el aire en arenilla, arrojándola para contener el fuego que rápidamente alumbraba todo allí como si se hubiera hecho de día. Una lengua de humo negra brotó entre las copas de los árboles como un grito de terror proferido por el mismo bosque. Desde las ramas, a lo lejos, los simios blancos y negros colgaban atónitos y expectantes. Los cuervos volaban en círculos alrededor de la lengua de humo, al acecho. Incluso los Shiinotic se habían alejado ahuyentados por las llamas que se propagaban como plagas en el núcleo de Foongu, repelidas débilmente por la tierra de Gligar y las manos de Charcadet que no podían abarcarlas a todas.

            Haku se tambaleaba más allá, con un ojo entreabierto fijado en las únicas criaturas que no parecían temerle ni al fuego ni al filo de las espadas o de su propio cuerno: aquellos espectrales entes tentaculares que hundían sus raíces bajo tierra, listos para un banquete. Les dedicó un débil gruñido de advertencia, sabiéndose ya demasiado débil, desgastada por la cruenta lucha contra los Onix en Wreckstone y por las esporas que invadían su organismo y nublaban sus sentidos rápidamente. Se maldijo por no poder ser un poco más fuerte en ese momento para proteger a Hiraku tal y como había prometido tiempo atrás, y lo último que vio antes de perder la consciencia fue a esas ominosas siluetas comenzando a avanzar silenciosas desde la arboleda.

            Cuando Gareth presentó su espada a las bestias que se materializaban entre las llamas dentro de su propia cabeza, las dos manos de Hiraku se cerraron sobre la hoja y se la arrebataron con un feroz movimiento. En la mente de Gareth, aquel fue un salvaje coletazo de aquellos reptiles prehistóricos que habían llegado a devorárselos, mientras una maraña de tentáculos emergía de la tierra a sus espaldas envolviendo sus brazos y sus hombros y su cuello y las luces en los cascos anchos y negros de las medusas terrestres emitían un parpadeo amarillento.

            Hiraku giró sobre su talón y asió la empuñadura del arma de Nova Haven: era mucho más pesada que su tachi, y la guarda alargada le dificultaba maniobrarla con soltura, pero aun así consiguió hacerla girar por el aire entre sus dedos para cortar los tentáculos antes de que estos comenzaran a drenar toda la vida de su compañero. Una lluvia de sangre púrpura empapó su cabeza y disipó las llamas suficientes para que pudiera arrojarse a través de ellas, saltando entre la hierba con la espada en alto y trazando un silbante corte descendente sobre el primer monstruo con forma de medusa que se le acercó de frente. La bestia retrocedió como nadando en la hierba y evitó el corte, emitiendo un sonido de otra dimensión a través de su boca en forma de pico tubular, que hinchó antes de expulsar una bomba de fango directamente sobre él. Hiraku rodó a tiempo para evitarla, consiguiendo de paso que el barro apagase aún más el fuego, y le gritó a Charcadet y Gligar que arrastrasen fuera a los soldados caídos. Las bestias se dispusieron a hacerlo, pero nuevos tentáculos asomaron desde las entrañas de la tierra como víboras encantadas y se extendieron para repelerlos con sendos latigazos. Vio a las medusas ocultándose entre los troncos, ansiosas por estrangularlos y drenar cada gota de vida de sus cuerpos, y corrió hacia ellas con un grito de rabia, cortando los árboles con la espada y a ellas, cobardes, que intentaban defenderse del filo de su furia tras una madera que no podía rivalizar contra su acero.

            ¡Shii! —oyó un chillido de terror entre unos matorrales cercanos mientras destajaba a dos medusas con su corte horizontal. Sin siquiera reparar en qué le temía tanto, se limitó a hundir la espada entre las hojas, sacando de allí el cuerpo inerte de uno de los Shiinotic que no había conseguido escapar del fuego ni de las armas humanas. El hongo inquieto yació muerto y liviano, sostenido solo por la larga hoja salpicada, y se dobló como marchitándose sobre el acero hasta que Hiraku la sacudió lejos de él, evitando grabarse otro rostro muerto en su retina. Estaba comenzando a desesperarse, pero era eso precisamente lo que habían ido a buscar.

            Otro matorral se movió a cinco metros de él, justo en el lugar donde Haku había perdido la consciencia. Torció su cuerpo hacia ella, y entonces vio cómo dos tentáculos envolvían sus patas traseras llevándosela a las tinieblas, donde otra medusa terrestre aguardaba hambrienta por su presa. Escupió sangre y empuñó el arma con sus dos manos, cargando en su contra con un grito de rabia cuando dos de aquellos monstruos tentaculares se dejaron caer colgando de las ramas de los árboles delante de su rostro y dispararon una nube de esporas justo sobre él. Hiraku cayó rendido sin saber qué lo había derribado, pero lo último que sus sentidos pudieron percibir fueron los gritos distantes de Charcadet y Gligar y el intenso aroma a pasto quemado por el fuego que ardía a su lado.


            En sus sueños, sin embargo, sintió un frío inmisericorde helándole la sangre. Fue un sueño tan vívido que le hizo doler la cabeza, y se incorporó rápidamente en medio de una noche calma y silente. El pasto a su alrededor estaba negro y blanco, casi no había verde para ver en el suelo. Llovía dócilmente sobre las últimas llamas agónicas en un rincón, y una mujer exhausta acariciaba las plumas revueltas del halcón en su brazo, en medio de un despilfarro de bestias con hongos en las cabezas y espaldas.


            —Ya era hora de que te levantaras —le dio un golpe en el hombro Gareth, que masticaba una baya dulce y rosa contra su voluntad—. Estábamos a punto de marcharnos sin ti.

            —¿Dónde está Haku? —fue lo primero que atinó a preguntar, recordando haber visto cómo se la llevaban las medusas unos segundos atrás. Un ladrido más allá le brindó la respuesta: Rockruff se hallaba junto a la Absol que parecía levantarse de una plácida siesta y lo miraba con misterio apañada por las sombras. A su lado, Manectric las combatía débilmente con un resplandor eléctrico en las partes doradas de su pelaje. El hombre de Zeio suspiró de alivio al comprobar que tanto ella como el Charcadet se encontraban bien—. ¿Tenemos los hongos?

            —¿Puedes dejar de ser tan metódico por un minuto? Estuvimos a punto de morir otra vez —bufó Crixa agarrándose la cara, con la imagen de aquellos reptiles verdes y rojos todavía demasiado vívida en sus recuerdos, incluso si jamás hubieran estado ahí realmente, pues lo que se hallaba tendido en el suelo a sus pies y medio chamuscados eran monstruos de apenas un metro y medio de altura, con brazos demasiado cortos y sin aquellos terribles colmillos que le habían helado la sangre—. De no ser por Starling y su monstruo del clima, todo lo que quedaría de nosotros serían, quizás, pieles vacías y arrugadas como pasas de uva.

            Recién entonces se percató de su presencia, incluso resaltando tanto en medio del páramo ennegrecido y chamuscado, con su rojo cabello y su imponente halcón reposando sobre su firme brazo extendido como únicos vestigios del fuego que había ardido en ese lugar para consumir a las bestias que intentaron depredarlos: Amelia ni siquiera lo miraba, preocupándose en cambio por felicitar la labor de Charcadet y Gligar, que le sonreían embobados como si también fueran conscientes de su encanto natural. Sobre ella, entre nubes diminutas que comenzaban a disiparse, el pequeño Castform regresaba a su forma neutral y recibía una caricia por parte de la mujer.

            Hiraku se puso de pie y avanzó hacia ella con largas zancadas. Justo cuando Amelia estaba por darle la espalda, éste la zamarreó del brazo para enfrentarla.

            —¿Dejaste a Junk en la nave? —le costaba enfocar la vista, pues el efecto residual de las esporas todavía hacía algo de mella en sus sentidos, pero pudo ver con claridad la mueca de desprecio formándose en los labios de la piloto, que se lo quitó de encima con un sacudón de su brazo. O eso creyó: realmente lo puso a salvo a tiempo de un picotazo ardiente del Talonflame en su otro brazo, listo para darle una lección por meterse con ella. El halcón desplegó sus alas y gañó con fuerza, pero una caricia de la muchacha bastó para apaciguarlo.

            —Tomé una decisión —replicó ella, ahora sí, dándole la espalda—. Creí que pensabas que eso nos correspondía hacer a los humanos y a las bestias. Crixa, dale una Baya Persim así se le acomodan de nuevo las ideas.

            Crixa le arrojó una fruta idéntica a la que Gareth terminaba de pasar con un trago de agua de un charco formado por la lluvia de Castform. Hiraku la observó con una ceja arqueada y, cuando se vio más dedos de los que realmente tenía, decidió que no sería mala idea probarla.

            —Lo siento —dijo finalmente, dedicándole a Amelia una reverencia que no se molestó en verificar, pues se alejaba entre los cuerpos marchitos descolgándose el morral cruzado y dejándolo en la hierba.

            —Recojan a los que puedan servirnos y regresemos. Quiero irme de este maldito bosque antes de que amanezca y quedemos a merced de los centinelas de Dendrowth.

            Usaron sus espadas para cortar los sombreros y raíces de los Shiinotic menos chamuscados, y Gareth incluso se cargó al hombro una de las medusas de tierra creyendo que Junk podría sacarle bastante jugo a sus poderosas esporas, o quizás asarlo a la parrilla para comérselo como premio por su esfuerzo. Hiraku se ocupó de juntar algunos hongos de Kinogassa, o Breloom, como el chico de Scraptown los había llamado de acuerdo a ese libro al que estaba tan apegado. En Zeio se utilizaban para preparar brebajes vigorizantes, y pensó que podrían ser útiles para otra ocasión, aunque no pudo evitar sentir un poco de lástima por aquellas bestias que eran las únicas a las que no había visto atacarlos más allá de las ilusiones inducidas por las esporas de Shiinotic. Cargaron todo en el morral y en un saco que habían llevado especialmente para la misión, y en menos de treinta minutos abandonaron el lugar antes de que el aroma a sangre atrajera a más depredadores.

            Regresaron en silencio, sabiendo que en un lugar como ese debían ahorrar cualquier resto de energía para sobrevivir a una emboscada de cualquier clase. Ya estaban lejos del corazón de Foongu, pero no del de la noche, cuando una silueta en su camino corroboró sus sospechas: no se hallaban a salvo todavía. Sin mediar palabra, Crixa no dudó en pasarle su espada a Hiraku ante la desdeñosa mirada de reojo de Gareth. Lo primero que Amelia temió fue que Junk hubiera escapado de la Vivi Brava, pero aquella figura bípeda de metro y medio no era Junk, y sus escamas verdes les hicieron pensar a Crixa y Gareth que se trataba de uno de los reptiles que los Shiinotic habían creado con sus esporas para asustarlos.

            —Juptile —murmuró el de Zeio dando un paso al frente, con la espada baja—, no queremos pelear.

            El reptil despegó su espalda del árbol y se posicionó frente a él con un suave tintineo de las cadenas rotas alrededor de su cuello. Un halo de luz blanquecina transformó las hojas que brotaban de sus delgados brazos en un par de dagas ganchudas con dientes serrados. Aquello significaba que él quería algo distinto, y sus ojos amarillos se entornaron al repasar las expresiones de temor de los humanos que acompañaban al de Zeio.

            —¡Ya eres libre! ¿Por qué escoges esto? —insistió Hiraku, y Charcadet corrió a su lado con entusiasmo, sacudiendo sus brazos en alto para saludar al gecko que no había reparado en su presencia. Al ver que no llevaba nada alrededor de su cuello, el lagarto torció una irónica sonrisa en su morro antes de hacer rodar sus pupilas.

            —Por favor —gruñó Gareth con hastío, avanzando raudo entre los dos mientras desenvainaba su espada—, ¿cuándo fue la última vez que entablar diálogo con estas bestias sirvió para algo? ¡Apártate de nuestro camino, lagartij--!

            La lengua de aquel humano le molestaba, así que se la quitó con un suave silbido de viento. Estuvo a punto de tragársela junto con un chorro de su propia sangre al caer de bruces sobre la hierba, pero las garras del reptil tiraron de sus dientes manteniéndole la boca bien abierta y la mirada fija en el cielo vacío que asomaba entre la timidez de los árboles. Las lágrimas se le escaparon de los ojos, el silbido afilado que le había arrancado la lengua todavía arremolinándose en sus oídos hasta tapar los gritos de horror de Amelia y Crixa a sus espaldas. Manectric aulló envolviendo sus garras en cordones eléctricos y Gligar chilló desplegando sus alas y tiñendo de veneno el aguijón en la punta de su cola. Ambas bestias se lanzaron sobre el inesperado agresor solo para llevarse un corte en forma de cruz que se abrió en sus frentes al unísono, tan certero como para sacudirles el cerebro y derribarlos tras una cortina de polvo que sus cuerpos inertes levantaron al derrapar sobre la tierra.

            —¡Talonflame, por favor! —se cubrió los labios Amelia, retrocediendo y susurrando entre sus dedos temblorosos para que el reptil no consiguiera oír su orden, pero tan pronto el halcón desplegó sus alas, una ráfaga de acero lo expulsó junto a la piloto hacia atrás, y el manchón verde se cruzó con el azul que trabó el filo de su espada con el de las cuchillas en sus brazos, deteniendo Hiraku al monstruo encadenado antes de que éste pudiera cortarla.

            Crixa levantó un escudo sobre la cabeza de la joven cuando el monstruo alado gañó preso de una rabia asesina y agitó sus alas con todas sus fuerzas desatando una corriente de aire ardiente que encendió varias llamas sobre el pastizal. Hiraku sintió cómo la espalda le quemaba, y el reptil endiabladamente ágil saltó sobre su espada y se impulsó hacia atrás con sus dos patas pegando una voltereta muy alta hasta colgarse de una rama alejada de las ráfagas invocadas por Talonflame. Sin descanso, el lagarto voló por los aires con un salto que trazó una estela blanca tras su imagen residual y blandió un nuevo corte de sus brazos contra el volador, pero éste plegó sus alas y giró como un torbellino de fuego evitándolo con holgura. El corte se lo llevó otro árbol detrás del grupo, y todos tuvieron que apartarse corriendo cuando el tronco se vino abajo súbitamente, sacudiendo la tierra bajo su peso.

            —¡Castform, necesitamos nieve! ¡Talonflame, por favor, no quemes el bosque! —gritaba Amelia sin salir del shock por haber visto la muerte verde apareciendo frente a sus ojos en un santiamén.

            —¡Esa bestia era del Sin Nombre! ¡¡Tú la trajiste hasta nosotros, con su sed de venganza por lo que le hiciste a su dueño!! —le recriminó Crixa a Hiraku, como si lo que Gareth chillaba entre gárgaras ahogándose con su propia sangre se materializara en su boca. El de Zeio hizo caso omiso a las acusaciones y, en cambio, corrió sobre el árbol caído para ganar altura y cazar por el tobillo con un salto al lagarto que se lanzó en picada sobre Talonflame, arrojándolo lejos con todas sus fuerzas.

            Sobre ellos, el compañero de Amelia que anticipaba el clima reveló ser también capaz de moldearlo a su gusto libremente, pues con solo soplar invocó en las alturas una gélida nevada acompañada por granizo que rápidamente tiñó la hierba de blanco y entorpeció tanto el vuelo furioso de Talonflame como los peligrosos saltos del reptil verde con dagas en los brazos. Hiraku corrió hacia él mientras se quitaba la escarcha de las escamas y se cubrió tras el filo de la espada que Crixa le había pasado.

            —¡Te dije que no somos tus enemigos, Juptile! —ladró Hiraku al monstruo que había roto sus ataduras de las garras del Yelmo, pero éste se limitó a arrojarle una bola de nieve a los ojos antes de intentar rebanarla con un rápido movimiento de su brazo diestro. Sin embargo, Castform disparó una bola congelada que estalló en una lluvia de cristal cuando el corte del lagarto la alcanzó, permitiéndole al espadachín apartarse a tiempo rodando hacia atrás.

            Rockruff le ladraba furioso junto a los cuerpos inconscientes de Manectric y Gligar, y fue el único que notó a la sombra blanca fundiéndose con la nieve y flanqueando dos árboles a espaldas del reptil antes de lanzarse con un salto salvaje sobre éste, hundiéndole las garras negras en los hombros y rodando entre la escarcha mientras teñía la hoz en su cráneo, lista para darle muerte al agresor.

            —¡Haku, no lo hagas!

            El reptil se la sacó de encima con un corte a su estómago y se impulsó con una patada en su rostro hacia atrás, esquivando por poco un tajo oscuro que partió dos árboles más a un costado, derribándolos. La madera se quebró con un nuevo envite verde, pero ahora fueron los filos hermanados de Haku y Hiraku los que rebatieron el doble corte de sus dagas. El lagarto se impulsó con sus patas en las hojas cortantes y giró por sobre ellos antes de clavar sus talones en un tronco firme y lanzarse como una flecha en su contra una vez más, sin agotamiento aparente.

            Talonflame y Castform invocaron una ráfaga helada en su contra, pero la mancha verde cortó incluso el aire helado en su afán por alcanzar la carne enemiga con sus cortes, y sacudió su larga hoja en la cabeza para descargar una metralleta de navajas verdes que causaron un pequeño derrumbe de ramas sobre los monstruos aliados de Amelia.

            Hiraku resistió el corte con la espada firme y dada vuelta, haciendo presión con una pierna extendida y la otra flexionada mientras le ganaba dos valiosos segundos a la Absol para agazaparse entre ambos y darle un férreo topetazo en el estómago rosado al gecko, que se quedó sin aire y se dobló de dolor ante ellos. Cuando Hiraku dio un paso al frente, el reptil se apartó a toda velocidad hasta chocar su espalda contra un tronco caído, tosiendo y jadeando mientras recuperaba el aliento. Fue la primera vez que vieron algo así como temor en su mirada. El aura siniestra alrededor de Haku la hacía ver mucho más grande de lo que realmente era.

            —¡Vayan a la Vivi Brava, yo me encargo de este! —les gritó a Amelia y Crixa, que intentaba levantar a Gareth pidiéndole que deje de balbucear con la boca en ese estado.

            —Te va a matar, Hiraku —le advirtió ella con gravedad—. Temo que Gareth tiene razón en este caso: no podemos simplemente dialogar con todas las criaturas que nos enfrentan.

            —No moriré —sonrió el zeionés con calma, presentándole nuevamente el filo de la espada a la bestia que se reincorporaba con dificultad al otro lado de los árboles caídos—. Soy más fuerte que él, y se lo haré entender por las buenas o por las malas. Descuida, los alcanzaré enseguida.

            Tras ayudar a Crixa a cargarse a Gareth sobre el hombro y conseguir que Talonflame levantara en su lomo al malherido Manectric mientras Rockruff y Charcadet se ocupaban del pequeño Gligar, la piloto llamó a Castform con un silbido y le susurró algo antes de darle la espalda finalmente.

            —En treinta minutos levantaré vuelo y no volveré a aterrizar en este bosque —sentenció la pelirroja antes de alejarse junto a los demás. En su lugar permaneció flotando el Castform que había asumido la forma de una nube de viento frío arremolinado, siendo su cuerpo esférico ahora del color de la piel en estado de hipotermia. Aparentemente, le había pedido que cuidara de él y brinde apoyo con su frío si las cosas se salían de control frente al reptil enfurecido.

            Una brisa helada sacudió su cabello oscuro, y se hizo a un lado tan pronto como sintió el roce del viento abriéndole un fino corte en la mejilla. El reptil enterró sus talones en la nieve y viró su trayectoria de regreso al de Zeio, cargando de filo y luz las hojas en sus brazos y dibujando marcas en el aire con cada corte que le arrojaba a toda velocidad. Hiraku esquivaba y repelía los ataques con su espada, y cuando Absol intentaba acercarse para brindarle apoyo, la mantenía a raya con un grito autoritario para que no los interrumpiera. Estaba decidido a pelear solo contra aquella criatura hasta que cualquiera de los dos cayera rendido.

            Al cabo de unos minutos de desgaste físico para ambos, supo que la bestia comenzaba a disfrutar el enfrentamiento, y entre jadeos de extenuación y silbidos de las navajas atravesando el viento, la ropa y la piel, pronto se encontraron sonriendo mientras intercambiaban cortes y estocadas con un chirrido de metal. La nieve caía sobre ellos y el frío mantenía indoloros los cortes en sus cuerpos, pero el reptil verde pronto comenzó a mostrar signos de agotamiento, acrecentando la distancia con Hiraku hasta que acabó retrocediendo ante una estocada descendente que hundió la espada en una pila de nieve. Sus ojos amarillos se agudizaron, y sus piernas se flexionaron antes de arrojarse con los brazos extendidos hacia él. Hiraku se agachó y soltó la espada, aferrando su mano al talón del monstruo de planta y azotándolo sobre la nieve. El monstruo negó con la cabeza y salpicó nieve cuando la alargada hoja encrestada se agitó por el aire en dirección a su cuello. Lejos de intentar cortárselo, lo envolvió con la planta y estrujó con fuerza.

            Haku ignoró la mano en alto del de Zeio mientras sus ojos se cerraban por la asfixia, sacándole nuevo filo a sus garras, colmillos y cuerno en forma de hoz. Avanzó decidida a liquidar al maldito lagarto arbóreo, pero una silueta sobre un montículo a sus espaldas capturó su atención, paralizándola. Algo así como una sonrisa maliciosa se formó en su rostro: le agradaba el sigilo con el que se había acercado sin ser detectado por nadie. ¿Cómo rayos había hecho para que el grupo de Amelia no se cruzara con él en el camino?

            El tintineo de cadenas llamó la atención del lagarto sobre la nieve, aflojando su agarre y liberando a Hiraku, que cayó de espaldas y tosiendo para recuperar el aliento. Sus ojos blanquecinos miraron la figura invertida a sus espaldas que levantaba las manos al frente y sacudía las cadenas de sus esposas al apuntarles con algo en cada mano. Sus enormes ojos de insecto no eran otra cosa que goggles protegiendo su visión de la agresiva nevada sobre sus cabezas. El reptil se incorporó y puso una pata sobre el pecho de su presa, gruñéndole al recién llegado para que no le robara su victoria. Podría haber corrido hacia él y degollarlo con un simple movimiento de su brazo, pero el chico esposado era tan prisionero como él, y aquella inusitada simpatía hacia un humano fue su error y su salvación.

            Junk apretó el gatillo del pistolón en su mano diestra y disparó tras un estallido de vapor un estuche de cuero lleno de hongos machucados de Breloom y Shiinotic, que explotó en una cortina de esporas sobre el rostro de la bestia verde. Aquel ataque a distancia fue tan inesperado que ni siquiera amagó con esquivarlo, y por sus fosas nasales, garganta y ojos irritados se metieron columnas de somníferos tan potentes que apagaron sus sentidos en apenas tres segundos. Pero Junk solo necesitó un instante adicional para apuntar y presionar el gatillo de la segunda pistola, disparando ahora una esfera de metal que se abrió en el aire lista para atraparlo. El reptil, antes de desvanecerse y dejando que su instinto más puro de supervivencia guíe su brazo hacia arriba una fracción de segundo antes de que el receptáculo lo encierre, desvió la trayectoria de la bola, que giró por los aires ante la atónita mirada del chico de Scraptown. Se dejó caer hacia atrás, preso ya del potente efecto somnífero inducido por el menjunje de esporas, y se durmió profundamente de espaldas sobre la nieve con una plácida sonrisa: al menos le había dado un susto de infarto a esos malditos.

            Hiraku se puso de pie con un gesto de dolor, apoyándose en la empuñadura de la espada como un bastón, y levantó su brazo atrapando la Bola de Pocket al caer sobre la palma de su mano. Se giró hacia el reptil verde y lo dudó solamente un segundo. Miró a Haku, que se había detenido gracias a la intervención de Junk, como buscando la aprobación en su roja mirada. La bestia blanca se limitó a agachar suavemente su cabeza, y Hiraku le devolvió una sonrisa antes de girar el engranaje en la esfera, abriéndola nuevamente en dirección al de planta, que se desmaterializó dentro de la ráfaga de vapor y energía electromagnética que salió expulsada del raro objeto. En un instante, aquella bestia asesina que había roto sus cadenas se hallaba encogida entre nubes de sueño dentro de la esfera de metal.

            —¡Hiraku! ¡Lo hiciste! —celebró Junk corriendo hacia él y resbalando al bajar del montículo. Se incorporó toscamente y se le acercó con una sonrisa de oreja a oreja arrastrando los grilletes que le impedían separar adecuadamente sus piernas—. ¡Atrapaste a ese lagarto que no figuraba en el libro! Ahora podremos saber mucho más sobre esta rara especie. Quizás si conozco al profesor Batheust me acepte como colaborador para expandir sus investigaciones.

            —Solo lo hice para sobrevivir —alegó el hombre de Zeio sin poder apartar su mirada de la figura verde que se adivinaba más allá de las celdas esterilladas de metal bronceado. No se sentía orgulloso de lo que había hecho, pero la calma en su pecho le confirmó que estaba aliviado por seguir vivo, y por no haber tenido que matar a la bestia que quiso matarlo—. Y no es una especie rara, es un Juptile; hay varios en los bosques de Zeio y otras regiones del este.

            —Juputairu… —repitió el chico ladeando un poco la cabeza, como si aquella palabra no resonara con naturalidad en su cabeza. Por supuesto, tratándose de un nombre en un idioma ajeno a él, era natural que le sonara mucho más raro que Rhydon o Magnemite. Hiraku acarició a su compañera blanca y le agradeció con un gesto afirmativo al Castform sobre ellos, que se permitió invocar un pequeño sol de fuego despejando las nubes de granizo y derritiendo los restos de escarcha sobre la hierba.

            —¿Entonces? ¿Vas a huir? —le preguntó finalmente al rubio, sin siquiera preocuparse por cómo había llegado hasta ahí en primer lugar. Debió haber echado a correr a pasos cortos y torpes con esos grilletes en los tobillos durante al menos una hora sin rumbo exacto, probablemente cuando todavía estaban luchando contra los hongos salvajes al noreste de Foongu.

            —No puedo hacerlo —suspiró el chico, y antes de poder seguir, Hiraku sacudió la espada que desenterró del suelo y cortó sus cadenas como si de manteca estuvieran hechas. Por primera vez volvía a sentirse realmente liviano, y su primera reacción fue pegar un salto con las piernas y los brazos bien separados unos de otros.

            —Ahora puedes —aquella fue la forma de Hiraku de decirle «Gracias» también a él. Entonces, regresó siguiendo las pisadas en la tierra que Amelia y los demás habían dejado. Las presurosas y libres pisadas de Junk a sus espaldas le trajeron recuerdos del Charcadet tras ser despojado de sus cadenas, como si no supiera qué hacer con toda esa libertad para él. Junk, sin embargo, parecía tener bien en claro su objetivo.

            —Me crucé a Amelia y los demás viniendo hacia aquí —le explicó—, ella me dio las municiones para dormir a Juputairu con las Remorguns —Hizo una pausa cuando notó la ceja del zeionés arqueándose ante la mención de aquella nueva palabra, y vio cómo de reojo se fijaba en los armatostes con gatillos y mango curvo de color plateado y cañón grueso pintado de verde marino—. ¡Ah! Me refiero a estas dos, estuve trabajando en ellas hace tiempo. Son un homenaje a… Olvídalo. Lo cierto es que están todos malheridos, incluyéndote a ti y a Haku. No podremos avanzar hasta recuperarnos… Creo que deberíamos hacer una parada en Nova Haven antes de retomar nuestra búsqueda.

            —Ni hablar —terció el de Zeio, tan inflexible como siempre—. Nos recuperaremos mientras volamos a Sandveil. Créeme: estaremos mejor lejos de Reginald III.

            —¿Sabes cuánto más fácil habría resultado todo esto si Nix y Decker venían conmigo? Volveré como un hombre libre y dispuesto a cooperar. Si pruebo eso, tratarán sus heridas y podremos ir seguros a buscar lo que falta.

            —En primer lugar, no eres un hombre. En segundo, dudo que esos dos lleguen vivos a Nova Haven de cualquier forma; no tienes idea del daño que han sufrido. No llevaremos al castillo a dos hombres muertos o moribundos y la noticia de un tercero desaparecido en acción. Nos acusarán de complot y grave traición y para la tarde de mañana colgaremos de los arcos de mármol frente al puente como adornos decorativos para que los ciudadanos aprendan que al duque se le obedece.

            —Pues lo hubieras pensado dos veces antes de cortarle el cuello a ese tipo —se encogió de hombros Junk antes de dedicarle una sonrisa burlona que, por suerte para él, el de Zeio ignoró—. ¡Seguro que no quieres volver a Nova Haven para que no digan que un niño te salvó de las garras de ese monstruo!

            —¿Por qué te comportas como si fueras más idiota de lo que eres? —preguntó Hiraku al cabo de algunos minutos en los que caminaron en silencio, mientras Junk le murmuraba maliciosamente cosas sobre él a Haku y Castform—. Tú deberías ser el último en tener tanta prisa por regresar a ese lugar. ¿Tanto te preocupa el bienestar de esas bestias?

            —¿Tú no te preocuparías por Haku si te la quitaran?

            —No lo harían, porque Haku no es de mi propiedad por empezar.

            —¡Pero es tu amiga! ¿Crees que a ella le agradaría estar lejos de ti? ¿No poder luchar a tu lado, o viajar a donde tú vayas, o descubrir toda clase de cosas juntos?

            —Los humanos y las bestias no estamos hechos para estar juntos —las palabras de Hiraku resonaron en la silenciosa Absol que, por un instante, pareció opacar el brillo carmesí de sus ojos—. Solo nos hacemos daños los unos a los otros, y si ellas no nos vuelven sus presas, nosotros las convertimos en nuestras armas para matar. Pienso que todos tenemos derecho a ser libres, pero eso no quiere decir que no existan límites entre unos y otros.

            —Suena a algo que cualquier persona diría excepto tú —Junk suspiró, resignado a que el espadachín no aceptaría tan fácilmente los lazos que lo unían no solo con aquella Absol que se había vuelto más fiel a él que su propia sombra, sino también al Charcadet que había liberado y al Juptile que había tenido que encerrar para evitar un baño de sangre innecesario.


            Cuando llegaron a la Vivi Brava, a cinco minutos para cumplir el plazo estipulado por Amelia, la pelirroja atravesaba el monstruario tras revisar que todo estuviera bien en la sala de máquinas. Recostados sobre los sillones en la cabina de pasajeros, Crixa y Gareth yacían malheridos con improvisadas curaciones que la piloto les había colocado como pudo: algunas toallas húmedas para bajar la fiebre, gazas con alcohol desinfectante en las heridas cortantes, jugos de bayas curativas apoyados en el suelo y un paño caliente enrollado y embadurnado en loción regeneradora de rafflesia lavanda de Kanto para, al menos, cicatrizar rápidamente el grave corte que le habían hecho en la lengua al que ya no se veía mucho más apuesto que los roedores del duque. Gareth balbuceaba incoherencias gangosas más allá de las gazas y apósitos desperdigados por todo su rostro, sus brazos y su abdomen. Crixa yacía dormido, desmayado o muerto según en qué momento lo mirasen, como si todavía las esporas tuvieran un efecto residual en su organismo. Estuviera en el plano que estuviese, era el único que no parecía absolutamente consternado en el interior de la aeronave.

            —Esta vez resultó incluso peor que Wreckstone —refunfuñaba Amelia golpeando las palancas y pequeños switches interruptores del tablero de comando con su dedo índice mientras Hiraku se desplomaba sobre una colcha de heno en el monstruario y Junk regresaba a su mesa de trabajo sin siquiera dar explicaciones sobre sus esposas y grilletes con cadenas rotas—. ¡Junk! ¿No sabes de criaturas en el bosque que puedan curar las heridas?

            —No creo que exista ninguna capaz de hacerle crecer la lengua de nuevo a ese tipo —murmuró Hiraku con las manos detrás de la nuca. Aunque estaba malherido y presentaba cortes y quemaduras en los brazos y la espalda, parecía cómodo con las heridas de su encuentro con el reptil verde, que ahora descansaba ajeno a las circunstancias dentro del receptáculo fabricado por Junk. En sus adentros, le agradaba incluso la idea de que Gareth no fuera a abrir la boca otra vez—. Y creí que estabas apurada por alejarte volando lo antes posible de este lugar.

            —Quisiera hacerlo, pero temo que tendremos que esperar al amanecer después de todo —suspiró la piloto, sacudiendo una hoja impresa junto al telégrafo del vehículo con un breve mensaje grabado en ella—. Se contactaron de la guarnición en Drylands; el duque exigió que nos escoltaran de regreso a Nova Haven inmediatamente. “Sencillamente por una cuestión de seguridad”, según el vocero.

            Y aunque aquello parecía resultarle un fastidio vagamente indiferente a la piloto, supuso dos cosas bien diferenciadas para el de Zeio y el de Scraptown: el primero, incorporándose con la espalda salpicada por heno y quemaduras de diversa gravedad, sobresaltó a las bestias que allí se recuperaban con asistencia de Rockruff y Charcadet al empuñar la espada ensangrentada que había apoyado a su lado. Junk, por su parte, esbozó una sonrisa inquieta y nerviosa: aquello significaba que tendría, ahora sí, la posibilidad de volver a ver a Nix y Decker. También, por supuesto, que Reginald III podría sorprenderlos con algo más que solo una cálida bienvenida. De acuerdo al tono impersonal de la misiva, le sonó más bien a que podría recibirlos con un auténtico infierno en el palacio blanco de Nova Haven.


            Continuará…

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